sábado, 22 de agosto de 2015

GRECIA

El ritual del chico Tsipras
Guillermo D. Olmo 

Al que en los últimos ocho meses ha sido su joven primer ministro, Alexis Tsipras, los griegos le llaman “el chico”. Y hay que admitir que, antes de presentar su renuncia, el chico lo ha intentado todo. Les prometió a sus compatriotas que su gobierno se plantaría ante los abusos de los prestamistas y al saqueo al que la mayoría de los griegos cree haber sido sometido en los últimos años. Así consiguió que su pueblo creyera en que era posible un futuro diferente al de penar y penar para pagar una deuda infinita. Pero la realidad y la política de la Europa de esta era brumosa han sido mucho más tercas que los nobles afanes del chico.

Aunque el chico, dice, lo seguirá intentando. Quiere mantenerse en el poder. Lo cierto es que las que Tsipras acaba de forzar con su dimisión, serán las quintas elecciones generales en el país desde que se descubrió que la negligencia corrupta de gobiernos de distinto signo, con la complicidad de colosos de la banca internacional como Goldman Sachas, habían convertido sus cuentas públicas en un descomunal esfuerzo. A eso hay que añadir el referéndum del pasado junio en el que los griegos dijeron “no” a las condiciones impuestas por las instituciones internacionales para ver como a los pocos días el Gobierno del chico tenía que tragar con la mayoría de ellas para evitar la muerte por inanición de los bancos del país.

Desde que estalló la crisis, los griegos han confiado en la socialdemocracia tradicional del clan Papandreu, en el centro-derecha de Nueva Democracia y por último en la ultraizquierda-comunista de Syriza y el chico. Probaron incluso una gran coalición de salvación nacional. Ninguna de esas opciones ha podido desplegar una política diferente a la impuesta por los acreedores. Toda la acción del Gobierno ha tenido que encaminarse a tapar un agujero inconmensurable sin importar que esto perjudique a la economía, condene a la ciudadanía o exija enajenar todo el patrimonio público. Cualquier intento de alterar el rumbo ha sido reprimido. Merkel y Sarkozy presionaron a Papandreu hasta que desistió de celebrar un referéndum sobre el segundo rescate. Tsipras sí llegó a consultar a los griegos sobre el tercero pero su resultado ha tenido en la práctica el mismo valor que un kleenex arrugado.

No hay que ser muy perspicaz para extraer de la historia reciente de Grecia una lección desoladora. Lo que voten los griegos importa muy poco. No extraña que la única opción política con visos de amenazar la superioridad electoral de la izquierdista Syriza sea… una escisión de Syriza todavía más a la izquierda.


Los griegos están llamados de nuevo a las urnas. Millones de ellos acudirán a depositar su papeleta. Una nación entera se movilizará para decidir su futuro. En eso, en teoría, consiste el ritual de la democracia por excelencia. En realidad será poco más que eso, un ritual. El verdadero gobierno de Grecia está muy lejos de las urnas. Por más que lo intente el chico.

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