Javier Hernández
El fútbol, como aseveró Cesc Fàbregas en rueda de prensa el pasado jueves, “no tiene memoria”. Es un deporte de actualidad frenética, de alta pretensión para los clubes más ricos y enfocado principalmente a un análisis en tiempo presente donde el instante manda y las fotografías se desgranan al detalle para sacar decenas de conclusiones. En el caso del Barcelona, el equipo compite hoy, en presente, con un grupo de futbolistas cuyo núcleo es prácticamente el mismo que marcó una época no hace mucho; y poco importa el pasado más reciente, por muy brillante que sea, cuando la exigencia sigue vigente. Ya lo decía Pep Guardiola, parte decisiva de ese tiempo cercano y rival temido de un Bayern de Múnich de récord: “En el deporte no existe el crédito, hay que ganárselo cada día”.
Precisamente el Bayern (de Jupp Heynckes) precipitó el verano pasado el fichaje de Neymar por el Barça. Los alemanes vapulearon a los catalanes en las semifinales de la Champions y Sandro Rosell, por entonces presidente azulgrana, decidió casi unilateralmente estimular al equipo, ilusionar a la afición y amedrentar a sus rivales con el fichaje del delantero brasileño, quien estaba llamado a formar una dupla mortífera con Messi. Tres en uno a cambio de un dineral, la bien acogida venta de Thiago Alcántara -al Bayern, otra vez el Bayern- y un frenazo repentino a los ajustes que parecía pedir la plantilla sobre todo en defensa. La llegada de Neymar, según cuentan desde el club, estaba pactada para después del Mundial de Brasil, pero las urgencias la adelantaron una temporada.
Lío en los juzgados
La necesidad y la competencia provocaron que el Barça desembolsara por el paulista más dinero del que estaba dispuesto reconocer en público. Por ello, la directiva culé estableció una cifra: 57.1 millones de euros. Rosell, que presumía de fichar más barato que nadie, repitió esa cantidad hasta su dimisión a mediados de enero, cuando se vio a las puertas de verse imputado por apropiación indebida después de propiciar, con su negativa a explicar las cifras del traspaso, que un socio crítico como Jordi Cases le demandara ante la Audiencia Nacional. Las pesquisas de Ruz han instado a Bartomeu, heredero de Rosell en el palco, primero a destripar la operación Neymar y elevarla hasta los 86.2 millones de euros -por la existencia de pequeños y controvertidos contratos- y luego a pagar preventivamente a Hacienda 13,5 millones para evitar las consecuencias penales de un presunto fraude fiscal.
FICHAJE DE 100 MILLONES DE EUROS Así, el Barça ha pasado del “Neymar costó 57.1 millones de euros y punto”, de Rosell, a afrontar un fichaje de casi 100 millones de euros. Y lo que no es dinero, ya que el prestigio del club se ha visto tan afectado que la sombra de unas elecciones anticipadas crece sin pausa, con Joan Laporta en el horizonte, callado y expectante.
Todo sería más llevadero si al menos Neymar estuviera “rompiéndola” sobre el césped, junto a Messi, Xavi, Iniesta y toda la nómina de jugadores de los que se enamoró en 2011, en Yokohama, cuando perdió con el Santos la final del Mundial de Clubes. Pues no. El delantero, también por la mala suerte de lesionarse, se ha contagiado del halo de sospecha que sugiere su traspaso y no está rindiendo.
Teniendo en cuenta aquello del instante en el fútbol, del presente más absoluto, ese que el propio Neymar tanto retrata a través de su multitudinaria cuenta de Instagram, se puede decir que desde mediados de diciembre es una sombra de lo que estaba a punto de ser.
El parón navideño fue un mal negocio para él, ya que cortó su camino hacia la explosión. Con el nuevo año, una gastroenteritis y una severa lesión de tobillo se unieron a la polémica «in crescendo» con su fichaje. Necesita un reset, “volver a ganarse el crédito”, que diría Guardiola. Regresó al equipo titular en Anoeta y cuajó su peor partido como azulgrana. Messi y Alexis le doblan en goles ligueros y, lo que es peor, su mal momento contrasta con la pujanza de Gareth Bale, su homólogo -por caro y prometedor- en el Real Madrid. La fotografía de la última semana ilumina al galés y empaña al brasileño.
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