miércoles, 1 de junio de 2016

La propina, se concede por gratitud.



Nelson Ribeiro Fragelli
Ingeniero portugués y colaborador 
en instituciones culturales francesas.

La propina es una recompensa por un servicio prestado, libremente ofrecida por la persona servida a quien le sirve con buena voluntad. Esta costumbre es odiada por el marxismo igualitario.

¿A quién no le gusta ser bien tratado? Sobre todo hoy en día, cuando en los supermercados, en los centros comerciales o en internet las relaciones asumen un carácter más impersonal y distante. Y la manera habitual de retribuir un buen servicio prestado es por medio de la propina. A la mera necesidad comercial, ella asocia el sentimiento humano de la simpatía, quitándole así al dinero su prepotente dominio.

¿Se da libremente?
Sobre la libertad de dar o negar la propina, las opiniones se dividen y las discusiones son interminables.
Muchos dicen que está determinada previamente por hábitos sociales o usos locales. No sería, pues, tan libre así, y en ciertos restaurantes frecuentemente viene incluida en la cuenta, lo que algunos consideran una desagradable imposición. 
Otros argumentan la repetición de las necesidades humanas y que la propina de hoy prepara ventajas futuras, al recurrir al mismo servicio. No es tan así, replican sus defensores, pues en centros turísticos se ve a viajeros que probablemente no volverán más y no dejan de gratificar a cargadores, choferes y mozos.
El historiador Wilfried Speitkamp lanzó hace unos años un libro titulado: “Quédese con el vuelto. Pequeña historia de la propina” (Reclam Verlag, Stuttgart, 2008). 
La Revolución de 1789 cambió profundamente a la sociedad y el frío monetarismo burgués se impuso como tipo de intercambio entre las clases sociales. 
En las relaciones de servicio, la propina se volvió una trinchera para las élites perseguidas. Aseguraba, al antiguo prestigio, una posición honrosa frente a la arrogancia de las clases emergentes. Al mismo tiempo, al que servía, la propina le daba la ilusión de haberse vuelto un burgués comerciante. En consecuencia, la comunicación se volvía más materialista y olvidaban los lazos de respeto y de fidelidad, y en el trato se inclinaba a la concepción económica derivada del utilitario “do ut des” (doy para que me des).

Utilitarismo socialista
En el paso del S. XIX al XX, se encendió el debate. El igualitarismo socialista se sublevó contra la costumbre: “Sólo los ricos la dan. Es un soborno cometido por quien es superior. La fundamental igualdad entre los hombres exige su extinción”. En la misma época, Upton Sinclair, socialista radical de EE. UU. predicaba su abolición: “Quien da una propina transforma a un hombre en lacayo, una mujer en aya o en prostituta”.

Igualdad vs libertad
Pocos años más tarde, las dictaduras comunistas o fascistas suprimían por la fuerza la propina. Una vez más la imposición de la igualdad devoraba a la libertad. Algunos estados estadounidenses también aprobaron leyes prohibiéndola. Sin embargo, en ningún país la prohibición logró imponerse.

La propina: concesión voluntaria
¿Qué sentimientos humanos se encuentran en el núcleo de tan obstinada resistencia? La desigualdad proporcional y armónica entre los hombres es propia de la naturaleza humana, y en el trato social cada uno busca la posición que naturalmente le es debida. Esta posición, que la propina expresa, es parte de un pequeño ritual. No es mercadería, es una concesión. Y en cuanto concesión, expresa confianza, gratitud y reconocimiento de quien concede y de quien recibe. 
Honra y prestigio social son parte del gesto de dejar con libertad una propina, símbolo de la confianza de quien sirve y del reconocimiento voluntario de quien es servido. Es un símbolo que perdura y no se ve que a futuro se pueda prescindir de ella. Esto concluye el historiador alemán, Prof. Speitkamp.


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