¡Qué crónica!
Aquella en la cual literatura
y periodismo convivieron…
En los primeros años del periodismo mexicano, los
textos literarios estaban presentes con timbre de preeminencia. Todavía no se
confabulaban pragmáticos y oportunistas para tejer ese lenguaje sencillo,
acomodaticio, disque claro, que supuestamente agrada a los lectores de
periódico y revistas. Aún no se daban las codicias inmanejables de algunos
editores. Todavía no brotaba en el seno de las redacciones esa práctica
excluyente de la emoción estética y la asociación poética.
Don
Juan Ignacio Castoreña y Urzúa en el proyecto de sus gacetas, iniciales
periódicos de nuestra patria, fomentó la utilización de las secuencias
prosísticas y la métrica barroca en uso como conducto necesario para reducir el
índice de dificultad en la lectura, por una sencilla razón: la enorme mayoría
del pueblo era analfabeta. De ahí que los lectores de periódicos debían ser,
era evidente, gente instruida de cierta minoría criolla o mestiza.
Había
en las gacetas una miscelánea de temas, muy a gusto del barroco mismo, con su
equilibrio inestable, su ausencia de centralidad, su afán de lucimiento
perpetuo: noticias de la madre España se mezclaban con murmullos de la capital
o de la vecina Puebla.
Un
joven talentoso del colegio de San Pedro y San Pablo podía, a pesar de ser
jesuita, convivir con un curita de Parroquia en la sección dedicada a recibir
ingenio en décimas y sonetos. Igual ocurrió cuando don Carlos María de
Bustamante estableció el Diario de México, en los últimos años de la vida
colonial. Sus páginas permitían acceso a opúsculos e intercesiones literarias,
y las mismas opiniones de carácter social se vestían de modalidades indicadas
por la retórica. Se comunicaba sin detrimento de la belleza y se forjaba poesía
sin olvidar la intención comunicativa.
Los
grandes poeta neoclásicos hallaron en esas páginas acomodo para sus estrofas
afrancesadas, imitaciones de la bucólica alejandrina, incluso en la mitad de la
citación sectaria del pavonear de los ideales respectivos, la prensa realista e
insurgente le dio a sus páginas cierta intensidad poética. La musa popular vino
en auxilio de ambos. En octavillas y romances se desparramaron las sátiras y la
chanza burlesca.
Ya
no digamos el gran Fernández de Lizardi, modelador del periodismo de oposición,
quien elaboró un nuevo lenguaje en aquellos diálogos en los que el payo y el
sacristán explicaban al pueblo las ideas de la ilustración con claridad ejemplar.
El pensador mexicano advirtió con diafanidad cuán deseable sería asociar la
comunicación de las ideas con un apropiado instrumento formal y, sin abandonar
los ritos formales, seducir a la mentes reflexivas.
Fueron
los periódicos independientes, a través de todo el siglo XIX, los que
utilizaron sus páginas con mayor amplitud para dar hospedaje a trabajos en
prosa y verso de alguna calidad literaria. No olvidemos las novelas por entrega
que los lectores aguardaban con renovada curiosidad. “Los bandidos del río frío”
cobró vida de esta manera. Así mismo, tomamos en cuenta las crónicas rimadas de
Ignacio Rodríguez Galván, las reseñas teatrales de Manuel Gutiérrez Nájera y
los cuentos de Angel de Campo o de Justo Sierra.
Fue
la aparición de inventos como el telégrafo y el teléfono, la causa directa de
que el acontecimiento se volviese noticia urgente, que los periódicos
compitiesen por informan con rapidez a sus lectores, de cuanto ocurría en el
mundo y, en este momento, las columnas comenzaron a despoblarse de textos
literarios para dar cabida al diluvio de escritos cuyo lema era solo la
claridad objetiva con una sola madre: la oportunidad.
Atrás
quedaban aquellas gacetas y periódicos cuya sección de noticias se nutría con
sucesos de 15 o más días para atrás, aligeradas de la obligación de mantener
informados a sus lectores y aptas para engalanar sus espacios con muestras
ejemplares de acicaladas plumas.
Ya
en el siglo XX, los avatares de la revolución y los acomodos de la vida
constitucional incrementaron la aligerancia del texto meramente comunicativo o
acaso poblado de sectarismos políticos. Así mismo de desastres financieros y de
las guerras europeas, que colmaban el interés de los lectores ansiosos de
información, solo información.
No
obstante, dos géneros se han mantenido, hasta cierto punto, colindantes con la
literatura: el artículo de fondo y la crónica.
En
nuestro país, concretamente en la capital federal, plumas como las de Salvador
Novo, Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis, Guillermo Sheridan, Germán Dehesa o
Gabriel Said han logrado textos que restituyen calidad literaria a la intención
de comunicación masiva.
En
las capitales de los estados el diagnostico es más grave. Raro es el escrito
que cae en los terrenos de lo estéticamente apetecible requerido para que un
texto posea el signo de lo literario, no basta la corrección gramatical, el
simple respeto de la norma que solo consigue la sensación de coherencia y la
coherencia estructural, no es suficiente utilizar estrategias de interés y
amenidad, tales serian las condiciones del periodismo llano indirecto, reino de
la sintaxis, comarca de los periodos bien coordinados, de los párrafos
vinculados por la función denotativa del lenguaje.
Para
alcanzar el timbre de literario, un texto periodístico debe poseer en primer
término una intencionalidad poética, es decir, el propósito original y firme de
manejar el idioma con un soporte connotativo, las asociaciones de ideas,
movilidad de sentidos, empleo de recursos figurativos e indagar en las comarcas
de la emoción evitando lo pedestre. Quien intenta redactar textos literarios se
desliga un tanto de la simple analogía, establece sus párrafos, sus periodos,
meditando los nexos subterráneos que puede haber entre vocablos, intentando
forjar una red de hallazgos y complicidades emotivas que el lector debe ubicar
en su propia dimensión.
En
este esfuerzo, en el que los editores actuales pretenden evitarles a sus
clientes, temen que la búsqueda de sentido esté más allá de las posibilidades
del lector común y éste caiga en el tedio o la indiferencia. No vemos próximo
un proceso que equilibre la balanza y restituya valores literarios a las
páginas de los periódicos, menos ahora cuando deben luchar contra el soberano
lineamiento de internet, y contra la amplitud de las columnas en las cuales
parecen tener la voz cantante el adelgazamiento, la superficialidad, el
oportunismo, la regla del menor esfuerzo y la egolatría. Gracias
La edición completa del No. 32, en:
https://issuu.com/magazineelpuente/docs/el_puente_no32issuu
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