miércoles, 8 de abril de 2015


Cristofobia en las logias masónicas

“Ser masón y católico: ¡Imposible!”


Se trata de un libro-testimonio sobre la masonería, escrito por un antiguo masón, que ahora da mucho que hablar en Francia: “J´ai frappé à la porte du Temple” (“Yo llamé a la puerta del Templo”) de Serge Abad-Gallardo. Masón durante 25 años quien, al fin encontró la fe católica y el descanso. En la obra relata su viaje y levanta el velo sobre un mundo que califica de opaco.



Serge Abad-Gallardo
Francés nacido en Marruecos en 1954 de origen español, andaluz: Serge Abad-Gallardo, nació en una familia “católica, pero poco practicante” que, tras la independencia de Marruecos, se asentó en Francia en 1961. Su padre, contable de profesión y boxeador de alto nivel, campeón de Francia en 1951 y al año siguiente de Europa. Finalmente sus padres se instalaron en Bastia (Córcega) en 1966.

En Marsella se licenció en arquitectura y ejerció en forma privada. Al inicio de su carrera como funcionario público, a los 33 años de edad, un contacto profesional lo llevó a ingresar a la masonería. Luego lo fue en Bastia, Guayana, París, Costa Azul y, ahora, en Narbonne (Aude), donde trabaja en urbanismo.









¿Por qué ingresó a la masonería?

Como cualquiera, me planteaba el por qué estamos en la tierra. Creí que la masonería tendría respuestas. Además, me había alejado de la fe, en particular de la Iglesia. Y tenía curiosidad por el “secreto masónico”.


¿Cómo fue el primer contacto y en qué obediencia?
Fue una relación profesional. El gerente de una agencia inmobiliaria me propuso entrar a la masonería (1988). Tenía grado de “oficial” en una logia de Derecho Humano. Es una obediencia internacional y mixta. Me inicié en 1989, luego de investigaciones y de la formalidad habitual.


¿En qué consisten?

Tres personas con el grado de “maestro” se reúnen contigo y te preguntan sobre tu trayectoria personal, ideas filosóficas y socioeconómicas. Si pasas, te invitan al Templo masónico. Te tapan los ojos y debes responder a numerosas preguntas. Cuando te vas, los masones votan para aceptarte o rechazarte. En mi caso, me aceptaron por unanimidad. Luego pasé las pruebas de iniciación, que describo con precisión en mi libro: “J’ai frappé à la porte du Temple, parcours d’un franc-maçon en crise spirituelle” (Téqui, París). No solo cómo tienen lugar, sino cómo las viví.


Un proceso muy selectivo…

Se realiza en el Templo, con los ojos vendados. Tu padrino te quita la venda y eres admitido masón, con grado de “aprendiz”. Un año después, pasas otras pruebas y ya eres “compañero”. Entonces ya puedes hablar y participar activamente en los trabajos masónicos, porque como “aprendiz” estás obligado a un estricto silencio y a trabajos secundarios (poner y quitar los objetos del ritual, servir las comidas, lavar la vajilla, etc.). Otro año, más pruebas y ya eres “maestro”. Claro, son pruebas simbólicas.


¿Es tan impresionante, como se dice, la iniciación?

El objeto de la iniciación y de otras ceremonias es sacudir la imaginación. Y, por tanto, impresionar.


¿Cómo?

En el Gran Oriente de Francia hay momentos inquietantes, como poner un cuchillo sobre el brazo del candidato (con los ojos vendados) y abrir una botella con éter para que, con el olor, parezca más creíble la ceremonia de mezclar “su sangre con la del Venerable Maestro”. Claro, no hay corte, es ficticio: en el momento preciso una voz se alza para interrumpir la ceremonia. ¡Pero eso lo ignora el candidato hasta el último momento, y piensa que realmente lo van a cortar en el antebrazo!


Eso en el Gran Oriente. ¿Y en Derecho Humano?

La prueba de iniciación es impactante: con los ojos vendados, la música es ensordecedora y angustiosa (como la de una película de terror), te empujan brutalmente de un lado a otro y te detienen, también, brutalmente. Te hacen beber un brebaje dulce, luego uno amargo, luego los dos… Todo para crear en ti una inquietud. Cuando te quitan la venda, ves una luz cegadora y, cuando los ojos se acostumbran, ¡las espadas de los masones apuntando hacia ti, diciendo que “sus hojas amenazan a los traidores”!


¿Qué le gustaba de la masonería?

Se te acoge con calor y fraternidad. Te sientes honrado de formar parte de una “sociedad secreta” que te ha juzgado digno de estar entre sus adeptos. Cuando te conviertes en “maes-tro”, conoces a personas del ámbito político o administrativo que de otra forma jamás habrías conocido, con la impresión de ser parte de una élite.


¿Hay un ambiente de libertad en las logias?

En principio la palabra es libre y parece interesante intercambiar ideas. Pero pronto uno se da cuenta de que la palabra solo es libre en el marco de lo que en mi libro denomino “la palabra masónicamente correcta”. Uno no puede expresar, y menos defender, convicciones diferentes a las de la masonería (matrimonio homosexual, la familia, el aborto, la eutanasia, etc.). Si eso sucede, uno queda enseguida en minoría y objeto de burlas.


¿Dónde queda entonces la fraternidad?

La fraternidad resulta sobre todo de un sistema de influencia interna a fin de que algunos puedan acceder a ciertos poderes masónicos. Hay clanes. Por supuesto, conoces también a personas sinceras con quienes se pueden crear lazos de amistad.


¿Qué era lo que menos le gustaba de la masonería cuando estaba dentro?

Tanto en Derecho Humano como en el Gran Oriente, que también frecuenté: el anticlericalismo. Se trata a veces, incluso, de cristianofobia. El 4 de noviembre último participé en un programa de “Radio Courtoisie”, sobre la “incompatibilidad entre el compromiso masónico y la fe católica”. Una oyente llamó para decir que había dejado “la obediencia de Derecho Humano, por el anticlericalismo que había encontrado”. En la masonería no encontré ninguna espiritualidad real, menos en los altos grados por encima de “maestro”.


Supongo que usted ha leído el testimonio de Maurice Caillet, en “Yo fui masón...”.

Conozco muy bien a Maurice Caillet, con quien estoy habitualmente en contacto. Es un hombre fuera de lo común, de una gran valentía y gran rigor moral. Tengo un gran aprecio por él y por su esposa. Sé lo que él ha sufrido a causa de la masonería y cuáles han sido los problemas y amenazas que ha padecido.


El explica muy bien el funcionamiento de la hermandad entre los masones, para la promoción profesional. ¿Lo vivió usted también?

Jamás utilicé directa y voluntariamente las redes masónicas para obte-ner promoción profesional. No va con mi carácter. Por ejemplo, el puesto en la Guayana me fue comunicado por un masón. Y el presidente de la institución que me empleaba, era también masón. Yo no lo sabía. No hay duda que me escogió por ser de la masonería. Solo contratarme, me confesó su pertenencia al Gran Oriente de Francia. En mis funciones, fui requerido muchas veces por masones. Pero jamás entré en juegos de poder. Es una de las cosas que me decepcionaron de la masonería.


¿Cuál es la estructura masónica, los famosos “grados”?

Hay que diferenciar entre “grados” y “oficios”. En cuanto a los “oficios”, hay que tener el grado de “maestro” para ocuparlos. Cuando me convertí en “maestro”, rápidamente tuve puestos de oficial: Gran Experto, Maestro de Ceremonias, Segundo Supervisor, Orador, Venerable Maestro, etc. Si hablamos de “grados”, hay dos niveles: Primero, las “Logias Azules”, donde se encuentran los “aprendices” (1er. grado), los “compañeros” (2º grado) y los “maestros” (3er. grado). Segundo, los “Altos Grados”, más espirituales, más esotéricos. Es a ese ni-vel donde se encuentra el aspecto más oculto de la masonería.


¿Cómo se entra a ese nivel?
No se puede pedir el ingreso a los “Altos Grados”. Pedirlo es un riesgo cierto de que te rechacen. La única posibilidad es ser cooptado por masones que te juzguen digno de ello. Esos altos grados se reparten entre el 4º y el 33º, siendo los grados 31, 32 y 33 puramente administrativos. El masón de 4º grado es pues superior, en el plan iniciático, a un “maestro” que solo esté en el tercer grado. El 4º grado es el de “maestro secreto”. Yo dimití tras unos años de integrar los “Altos Grados”, cuando había alcanzado hacía algún tiempo el 12º y debía pasar al 14º. Sus nombres son totalmente ridículos, pero significan el aspecto secreto de la masonería: 4º, Maestro Secreto; 5º, Maestro Perfecto; 6º, Secretario Intimo; 7º, Preboste y Juez; 8º, Intendente de la Construcción; 9º, Maestro Elegido de los Nueve; 10º, Ilustre Elegido de los Quince; 11º, Sublime Caballero Elegido, 12º, Gran Maestro Arquitecto... Me faltaban 18 grados para alcanzar el 30. Estaba, pues, haciendo mi camino en los “Altos Grados”.


¿Es cierto que los grados inferio-res ignoran quiénes son los grados superiores?
Como usted dice, los masones de grados “inferiores” no saben nada sobre los grados “superiores”. En efecto, los masones que están en los “grados inferiores” (en las “Logias Azules”) no saben quién está en los “Altos Grados”, ni cuáles son sus símbolos o la naturaleza de sus trabajos. Incluso, cuando formas parte de esos “Altos Grados”, no sabes quién, dentro de ellos, está por encima de ti. En este punto, la masonería tiene un funcionamiento muy cerrado, es el “secreto dentro del secreto”. Siempre tienes la sensación de estar siendo observado por personas que te “juzgan” o valoran para pasar a un grado superior. Pero no conoces las “reglas del juego”. Los contenidos de los grados superiores, jamás se te comunican antes de que accedas a ellos.


¿Por qué decidió dejar la masonería?

Creo que se trató de una experiencia de fe. Ser masón y católico: ¡Imposible! Había cosas que no me gustaban. Pero no hay grupo humano ni ideología perfectos. Sólo Dios es, a la vez, perfecto e infinito. No olvidemos: somos imágenes suyas, aunque muy imperfectas. Mi decisión de abandonar la masonería y mi retorno a la fe están vinculados. No podía buscar a Dios en la masonería. Y luego está la cuestión de Cristo. El Cristo que invocan los masones no es el de los cristianos. Para ellos es un sabio, filósofo o gran iniciado (¡!). Para los cristianos, El es Dios encarnado, muerto en la Cruz para salvarnos. Dimití porque comprendí, primero intuitivamente y luego con mi inteligencia, corazón y espíritu, que el camino masónico era incompatible con mi relación con Cristo o que constituiría un obstáculo en el camino que El me pedía seguir.


¿Puede relatarnos su conversión personal al catolicismo?
Puesto que estaba bautizado no fue realmente una conversión, sino un retorno a la fe. Pienso que el sacramento del bautismo actuó y me llevó hacia la luz de Cristo, y al mismo tiempo me alejó de la luz artificial, simplemente humana, de la masonería. La palabra luz es evocadora. Porque la masonería está íntimamente ligada a lo que en Francia denominamos “Las Luces”. Mientras que el cristiano utiliza la palabra “Luz”, en singular. Pueden existir “luces” diversas, pero sólo son humanas. Por el contrario, Dios es “la Luz”.


¿Cuánto duró su proceso de retorno a la Fe?

Bastante. Me resistí mucho a la llamada de Cristo. ¡Y estaba muy ciego! Necesitaba estar seguro del camino correcto. Conocí a un sacerdote franciscano hace unos 15 años. Fue una revelación. Tuve entonces la certeza de la presencia de Cristo en mi vida. Volví a rezar. Años después, escuché la voz de Cristo en una capilla. Y como todavía me resistía, pese a todo, a Su Amor, recibí en Lourdes una gracia particular e inesperada. Fue entonces cuando decidí, ante el increíble acontecimiento que acababa de vivir, hacer un retiro en una abadía. Allí comprendí que Cristo me buscaba, más que yo a El. Y entonces, simplemente, le amé, con un amor inmenso, aunque muy débil ante Su Amor por nuestra pobre humanidad. Lo de Lourdes lo describo en mi libro. No me gusta hablar de ello, es algo muy personal. Pero, después de todo, no me pertenece.


¿Sufrió algún tipo de amenaza cuando abandonó la masonería?

No puedo decir que me hayan amenazado. Maurice Caillet cuenta que a él, sí. Y una mujer, autora de un libro sobre la masonería que cito en el mío, dice que ha sufrido amenazas físicas. En cuanto a mí, ¡ya veremos en el futuro! Pero sí aseguro que todos los masones que conocía me han dado la espalda. Algunos me evitan por la calle. Lo lamento sinceramente y rezo por ellos. ¿Insultos? Sí, a veces muy virulentos. Lo que más les molesta es mi libro y mis conferencias. Sólo mantengo contacto con 3 o 4 con quienes tengo lazos de amistad, más que masónicos. ¡Veremos si dura! Antes de irme, algunos de los “Altos Grados” intentaron convencerme que me quedase, pero la llamada de Cristo era demasiado fuerte y los dos caminos ¡demasiado incompatibles! Por eso la Iglesia sigue excomulgando a los católicos, masones. Una decisión que la Iglesia ha madurado, tras haber estudiado los rituales a fondo. Yo lo confirmo tras una experiencia de 25 años en la masonería.


¿Qué razones doctrinales hay para esa oposición?
Un ejemplo: para la masonería, la Verdad es subjetiva, cambiante, contingente, inmanente y construida poco a poco por el ser humano. Para la Iglesia, la Verdad es objetiva, definitiva, establecida, trascendente, esencialmente divina. Ahora bien, no se puede creer en dos versiones antinómicas de la Verdad. No se puede tener fe en una cosa y en su contraria: o la Verdad viene de los hombres o viene de Dios.


Antes mencionaba usted también discrepancias en temas morales...

Sí: la masonería no reconoce una moral divina y ninguna referencia a la ley natural. La moral es algo cultural, social y cambiante. Mientras que la Iglesia reconoce la moral y la ley natural, en cuanto vienen de Dios. Y tiene una definición precisa del bien y del mal, los que para la masonería son solo dos ideas cambiantes. Además, los fundamentos filosóficos de esta antinomia tienen implicaciones prácticas que hacen imposible la “doble pertenencia”, como el aborto, el divorcio, el matrimonio, etc. Sobre este último punto, para la Iglesia el matrimonio es un sacramento para toda la vida. Para la masonería, es una unión revocable.


Es conocida la influencia de la masonería en la política francesa. ¿Hay mucha diferencia según quién gobierne?

En principio, no hay diferencia política entre derecha e izquierda con relación a la masonería. Pero en la práctica es evidente que la masonería, en Francia, tiene una referencia muy definida en la izquierda. También actúa en la derecha, pero de manera más discreta y, sobre todo, menos eficaz. Por ejemplo, en mi libro demuestro que los dos gobiernos franceses bajo la presidencia de François Hollande, el de Jean Marc Ayrault y el de Manuel Valls, incluyen un número anormal e increíblemente alto de masones. Son estos gobiernos los que han traído las leyes sobre el matrimonio homosexual, la ideología de género en las escuelas y las madres de alquiler. O la transformación de la laicidad en secularización de la sociedad. Todo induce a pensar en la influencia real de las ideas masónicas en la vida política, esas ideologías nacen de las ideas de la masonería, que está en “revolución social permanente”. En realidad, la ideología relativista es fundamento mismo de la distorsión masónica. No sorprende que se haya instalado en Occidente, en particular en Francia, donde la masonería y el Gran Oriente mantienen, desde hace 300 años, una lucha feroz contra la Iglesia católica.


¿Y eso lo reconocen los masones?

Vincent Peillon, ex ministro socialista en el gobierno Ayrault, explica en escritos y entrevistas como el ideal masónico, sobre todo desde principios del siglo XX, está en el origen del envío de maestros a la Francia rural para oponerse a los sacerdotes y fundar una ideología relativista con un fondo anticlerical. También lo dice sin ambigüedad Paul Gourdeau, antiguo gran maestre del Gran Oriente de Francia, a quien cito en mi libro: “para la masonería, se trata de un combate contra la fe cristiana. ¡Para la masonería, no se trata de una cuestión de detalle, sino de una visión global de la sociedad!”.


Por último, ¿ha encontrado en la Iglesia la respuesta a sus inquietudes?
Yo no tenía inquietudes. Si solo hubiera tenido una inquietud existencial, podría haberla colmada por la labor o el ritual masónicos, o con una sencilla psicoterapia. ¿Por qué no? Pero no era eso: yo buscaba a Dios. Que nuestra presencia en la tierra resulta de la vo-luntad de nuestro Creador, es una evidencia. Pero hay que saber qué poner bajo esa palabra. Incluso Jacques Monod, Premio Nobel e inventor de la Teoría del Azar o la Necesidad como explicación de la vida, reconoció que la complejidad de la vida era tal que no podía ser resultado sólo del azar o, todavía menos, de la necesidad.


¿Y encontró a ese Dios?

Para mí, la cuestión era saber si ese Creador es el dios de los masones, es decir, el Gran Arquitecto del universo, una especie del Relojero de Voltaire, un principio indefinido... o bien el Dios Todopoderoso, a la vez “Elohim el Creador, Yahvé el Dios amante, Adonaï el Dios Todopoderoso”. Es decir, el Dios de los cristianos: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Encontré que Dios no es un vago principio. Es ante todo un Dios personal, a quien me puedo dirigir, que escucha mis oraciones, a quien adoro, y que nos ama hasta el punto de haber descendido a la tierra para morir en la Cruz por nuestra redención. Lo que encontré en la Iglesia, que no se puede encontrar en la masonería, es el camino que lleva a Dios: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14, 6). Esa es la Verdad esencial que Jesús nos trae y que la masonería nos quiere negar. El objetivo explícito de la masonería es prometer a todos la felicidad en la tierra. Soy testigo de que fracasa en ese objetivo.


Y usted, ¿es feliz?

Casado y con 2 hijos, contesta: “sí, soy feliz”. Pero no como lo entiende la masonería. Soy feliz, como se es feliz cuando uno se sabe real y auténticamente amado. Amado por Dios. Como es el caso de todos los hombres y de todas las mujeres. ¿Cuándo querrán unos y otras abrir su corazón al Señor? (Portaluz)

Hace algunos años, alguien me confió: “Me preguntó mi novia que qué era…, y le contesté lo primero que se me ocurrió: soy masón. Al día siguiente me dijo que se lo había contado a su mamá y que ésta le había contestado con un tajante: ¡Déjalo! No entiendo esa reacción…”.

Por eso esta entrevista va con dedicatoria especial para él y para su esposa, quienes en aquel entonces apenas daban sus primeros pasos en su incipiente relación. (El Director).

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