lunes, 30 de julio de 2018


Perfil a Martin Rhonheimer, sacerdote y filósofo.

El bendito capitalismo

Por Miguel Ors Villarejo
Periodista Financiero


 
 
 
 
 
 

 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
Martin Rhonheimer (Zúrich, 1950) enseña ética y filosofía en la Pontificia Universidad de La Santa Cruz. Sacerdote y miembro del Opus Dei, es también cofundador y presidente del Austrian Institute of Economics and Social Philosophy de Viena.

 

La aversión de la iglesia católica al mercado tuvo sentido en el siglo XIX, pero ya no, dice el sacerdote católico y filósofo Martin Rhonheimer.

En 1891 un joven jesuita llamado Heinrich Pesch regresa de un breve exilio en Liverpool. Allí ha asistido a la explotación y a la degradación de la clase trabajadora y decide consagrar el resto de su vida al apostolado de “la justicia social”. Esta resolución se concretará en los cinco volúmenes de densa prosa académica de Lehrbuch der Nationalökonomie (Manual de economía política), que constituirán la base ideológica de la Quadragesimo anno -aunque para cuando esta encíclica vea la luz, en 1931, Pesch ya habrá fallecido, exhausto por el esfuerzo de su descomunal empresa.

La formulación de Pesch recibe el nombre de “solidarismo” y pretendía alumbrar una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Su tesis no está muy alejada de la que por aquella época exponía Gilbert K. Chesterton, pero ambos autores compartían sobre todo una indisimulada indignación ante los parches habilitados para atajar el terrible sufrimiento que, según ellos, había traído la Revolución industrial.

“Hace un tiempo”, escribe Chesterton en Lo que está mal en el mundo (1910), “algunos médicos (...) emitieron una orden que aconsejaba llevar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas cuyos padres fueran pobres (…) pues, en su caso, eso supone tener piojos. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. (…)

¿Capitalismo desbocado?
Hasta ese momento, la única respuesta del Vaticano a la convulsión proletaria había sido Rerum novarum (1891), el documento que inaugura la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), pero para Pesch, Chesterton y otros muchos cristianos sus planteamientos eran especulativos y tibios. “León XIII (el Papa que firma la encíclica) no se pronuncia sobre el capitalismo”, dice Martin Rhonheimer. “Manifiesta su inquietud por las personas que lo pasan mal, exige leyes que protejan a los más débiles de lo que considera abusos y reconoce el derecho de los obreros a asociarse, pero no ofrece un modelo económico alternativo. Al contrario, defiende la libertad individual y la propiedad privada, y condena el socialismo”.

Esto cambiará, sin embargo, cuando, Pío XI encomiende a Gustav Gundlach y Oswald von Nell-Breuning, dos discípulos de Pesch, la redacción de Quadragesimo anno. “Publicada en 1931”, sostiene Rhonheimer, “se basaba en la [...] suposición de que la causa de la crisis mundial residía en el [...] ‘capitalismo desbocado’, el mercado -venía a decir- no basta como principio regulador, precisa de (una) intervención controladora”. Por primera vez se usaba en un texto de la DSI “la poco clara expresión ‘justicia social’, una tarea que debía acometer al Estado ante el fracaso del mercado”. “La verdad”, añade Rhonheimer, “es otra bien diferente”.

Fases
Martin Rhonheimer (Zúrich, 1950) enseña ética y filosofía en la Pontificia Universidad de La Santa Cruz. Sacerdote y miembro del Opus Dei, es también cofundador y presidente del Austrian Institute of Economics and Social Philosophy de Viena, donde actualmente reside. Los entrecomillados del párrafo anterior no proceden de la charla que mantuve con él en la Fundación Rafael del Pino, sino de “El ‘malvado capitalismo’: la forma económica del dar”, un artículo escrito en 2014 en respuesta a la invitación de una revista española, pero cuya publicación fue rechazada “después de continuas demoras”, por “razones de prudencia y oportunidad”. A Rhonheimer nunca le desvelaron esas razones, pero no le cabe la menor duda de que tienen que ver con su reiterada “crítica de las políticas redistribucionistas”, del estado de bienestar.

El artículo lo ha editado finalmente el Centro Diego de Covarrubias en Libertad económica, capitalismo y ética cristiana, una antología de nueve piezas en las que Rhonheimer defiende la economía de mercado y, ocasionalmente, denuncia las lagunas y la inconsistencia de la Iglesia en materia social.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
Remuneración justa es aquella que estipulan libremente empleador y empleado y se corresponde con el servicio prestado, no con lo que el empleado y su familia necesitan para subsistir, esto sería a lo mejor lo deseable, pero no es económicamente viable. Se puede pagar más por caridad, pero no por justicia.
Caridad y justicia, en la remuneración justa.
“Se ha intentado construir una continuidad entre las diferentes encíclicas”, dice Rhonheimer, “pero hay varias rupturas”. La primera fue precisamente Quadragesimo anno. Hasta entonces, el catolicismo se inscribía en una larga tradición promercado que se remontaba a la Edad Media. “San Francisco es el patrón de los comerciantes”, le recordó a un periodista del Frankfurter Allgemeine que acababa de observarle que el de Asís despreciaba a los ricos. Y añadió: “Los franciscanos fundaron bancos, concedían préstamos a quienes los necesitaban y han tenido mucho éxito administrando bienes raíces”.

Durante la presentación de Libertad..., Rhonheimer también tuvo palabras de reconocimiento para la Escuela de Salamanca, cuyas aportaciones sobre el dinero, la inflación o los salarios quedarían desgraciadamente eclipsadas por Adam Smith y los clásicos. “Luis de Molina (un teólogo conquense del siglo XVI) se pregunta qué es una remuneración justa”, explicó Rhonheimer, y llega a la conclusión de que “es aquella que estipulan libremente empleador y empleado y se corresponde con el servicio prestado, no con lo que el empleado y su familia necesitan para subsistir, esto sería a lo mejor lo deseable, pero no es económicamente viable. Se puede pagar más por caridad, pero no por justicia”.

El carácter contraintuitivo (y aparentemente incompatible con el Evangelio) de muchas leyes del mercado sumió en la perplejidad a los intelectuales que, como Pesch y Chesterton, contemplaban cómo la miseria se arracimaba en torno a las incipientes fábricas. En realidad”, dice Rhonheimer, “la gente antes ya se moría de hambre en el campo y por eso huía a la ciudad, donde pasaba menos penalidades. Ahora lo sabemos, pero en el siglo XIX muchos no entendían los procesos que estaban en marcha”.

La ignorancia de estos mecanismos “elementales” llevaron a Pío XI a apostar por las teorías de Pesch, hoy totalmente denigradas. “No eran de naturaleza fascista”, puntualiza Rhonheimer, “pero recelaban de las fuerzas del mercado. Las soluciones corporativistas estaban entonces muy de moda. El propio (Franklin Delano) Roosevelt fue un gran admirador de (Benito) Mussolini hasta la invasión de Abisinia (en 1935)”.

Acomodación y desconfianza
En cualquier caso, tras la derrota de Alemania e Italia en la guerra mundial, el solidarismo cae en desgracia y la Iglesia inaugura una tercera fase de su doctrina social, dominada por la acomodación. “Al carecer de concepción propia”, dice Rhonheimer, “ha ido adaptándose a las sucesivas modas. Juan XXIII incorpora las ideas sobre los derechos humanos, algo loable, y sobre el estado de bienestar, algo más discutible. Pablo VI asume las tesis contra el comercio internacional” que en los 60 pone en boga Raúl Prebisch desde la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), y “ahora viene la cosa del clima... La DSI se ha convertido en un epifenómeno de la agenda del momento”, con, si acaso, una única constante: la desconfianza del mercado.

 
Mientras los puestos de trabajo que la tecnología destruye en un sector saltan a la vista, los que habilita en otros tienden a pasar inadvertidos. Esta asimetría nos impide apreciar el balance positivo del proceso que Joseph Schumpeter bautizó como “destrucción creativa” y que, al arrumbar a los actores menos productivos, constituye el motor más poderoso del progreso.
 
Sesgos
“El registro histórico es claro”, escribe Rhonheimer. “Durante los dos últimos siglos, la economía capitalista (...) ha mejorado sostenidamente las condiciones de vida de todos los niveles sociales, siempre y en todo lugar. Por el contrario, todas las versiones del intervencionismo estatal (las) han deteriorado”.

Pero paradójicamente, la mayoría de la gente está convencida de que el mercado es el problema y el Estado la solución. ¿Por qué?

En el capítulo 5 de Libertad..., Rhonheimer cita las investigaciones de Bryan Caplan, un profesor de la Universidad George Mason, que atribuye la mala prensa del capitalismo a cuatro sesgos de percepción:
1- A nadie le cuesta imaginar a un funcionario asignando recursos, pero es más difícil entender cómo miles de agentes se las arreglan para coordinarse y abastecer las tiendas a partir de las señales que emiten los precios. El economista Paul Seabright cuenta que, poco después de la caída del Muro de Berlín, un burócrata ruso que visitaba Inglaterra le preguntó quién se encargaba del reparto del pan en Londres y se quedó atónito cuando le respondió: “Nadie”.

2- Tampoco somos conscientes de que el comercio internacional nos ayuda a especializarnos en aquello que hacemos mejor. Consideramos al fabricante extranjero un ladrón de empleo, cuando es un socio que impulsa la eficiencia global y, por tanto, nos permite disfrutar de bienes y servicios cada vez mejores y más baratos.

3- Mientras los puestos de trabajo que la tecnología destruye en un sector saltan a la vista, los que habilita en otros tienden a pasar inadvertidos. Esta asimetría nos impide apreciar el balance positivo del proceso que Joseph Schumpeter bautizó como “destrucción creativa” y que, al arrumbar a los actores menos productivos, constituye el motor más poderoso del progreso.

4- Disponemos de un olfato muy fino para detectar lo que está mal a nuestro alrededor. Ello alimenta la falsa ilusión de que la situación es peor de lo que en realidad es y nos lleva a subestimar el desempeño de la economía.

Estos cuatro prejuicios son los responsables de la aversión al mercado, “una pauta”, según Caplan, “profundamente arraigada en el pensamiento humano que durante generaciones ha frustrado a los economistas” y que la Iglesia ha abrazado con ardor.

Los papas parecen en particular obsesionados con el tercer sesgo, el de crear y preservar el trabajo, como en seguida se verá.
 
  


Para Rhonheimer, los textos de las encíclicas revelan una “falta de comprensión” de lo que es el empresario, cuyo cometido no es crear empleos. “La rentabilidad es su ley”, y es legítimo que así sea.

El trabajo del capital
En sus documentos sociales, la Iglesia señala que el empleo es el destino último de la actividad empresarial. Gaudium et spes (1967) dice que el patrono no puede perseguir “el mero incremento de los productos ni el beneficio ni el poder, sino el servicio del hombre”. Por su parte, Quadragesimo anno sostiene que “el uso de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado (...) debe considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad”. Finalmente, en Laudato si' (2015), Francisco reitera que la labor del patrono es fecunda “si entiende que la generación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio”.

Para Rhonheimer, estos textos revelan una “falta de comprensión” de lo que es el empresario, cuyo cometido no es crear empleos. “La rentabilidad es su ley”, escribe, y es legítimo que así sea porque, para empezar, el beneficio “indica que la producción y los deseos de los consumidores coinciden”. En una economía de mercado no te haces millonario fabricando objetos que nadie quiere. Si ganas dinero es porque creas utilidad.

Pero es que, además, es falso el antagonismo entre patrono y obrero que postula el marxismo y que la Iglesia parece haber asumido. El dividendo no crece a expensas del salario, como confirma el hecho de que ambos hayan mejorado desde la Revolución Industrial. Ni el capitalista es un parásito que se dedica a succionarle la plusvalía al proletario, ni el trabajo del proletario es la única fuente de valor. Este procede en mayor medida del trabajo del capitalista, del emprendedor que, primero, detecta una necesidad insatisfecha y, después, discurre el procedimiento más eficaz para colmarla. Henry Ford no expolió a sus empleados. Al contrario: les proporcionó una cadena de montaje que multiplicó su productividad y su bienestar.

Empresarios y trabajadores: aliados.
“El Occidente industrializado, hoy rico”, observa Rhonheimer, “llegó a serlo gracias a (individuos) que querían hacer negocio”. Guiados por la información que les suministraban sus cifras de facturación y beneficio, tomaron decisiones que perseguían el mismo propósito que sus trabajadores: la prosperidad.

Patrono y obrero, concluye, no promueven intereses estructuralmente opuestos. No son rivales, son aliados. “Obviamente el empresario necesita a los trabajadores, esto es trivial. Menos trivial es esto otro: si no hubiera empresarios e inversores, las personas (...), por diligentes que fueran, apenas estarían en disposición de garantizar su propia supervivencia”.
 
 Chesterton, Pesch y Pio XI obraban cargados de las mejores intenciones cuando exigían sacudir los pilares de la sociedad, pero carecían de perspectiva. A diferencia de ellos, Rhonheimer puede hoy afirmar que el mercado es “profundamente humano”.

Propiedad privada y libertad.
“Pocas cosas hay tan peligrosas como un economista que solo sabe de economía, excepto tal vez un filósofo moral que no sepa nada de economía”, escribe Peter Boettke, otro egregio miembro de la Escuela Austriaca. La cita se recoge en el prefacio de Libertad... y resume magistralmente el pensamiento de Rhonheimer. “La Iglesia no está para enseñar economía”, dice. “Sus pastores deberían ser cautos a la hora de hacer pronunciamientos, pero lamentablemente callan acerca de cuestiones para las que poseen genuina competencia y se manifiestan acerca de temas que en el fondo no les incumben”.

Y me explica cómo una vez le dijo a un cardenal que los políticos no multiplican los panes y los peces. “Este es un mundo de escasez, mientras que el de Jesús es el Reino de los Cielos, de la gracia y la misericordia divina, un mundo de abundancia, cuyas leyes no valen aquí. Pero los teólogos tienen esa tendencia...”.

“Habría que rehabilitar la doctrina social previa a Quadragesimo anno”, sigue, “volver a la defensa de la propiedad privada y la libertad, porque son los principios que, en el marco del estado de derecho, han arrancado a la humanidad de la miseria”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

 
 

viernes, 20 de julio de 2018

El sector privado: motor del mundo.


 
Por Nuria Chinchilla
Síntesis de su curriculum:
Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra (España), Licenciada en Derecho por la Universidad de Barcelona, Master en Economía y Dirección de Empresas y Doctora por el IESE Business School.

Múltiples distinciones y premios por su continua aportación a la Conciliación EmpresaFamilia, así como por su “excepcional trayectoria profesional, investigadora y educativa”. Impulsora de un neofeminismo sobre la aportación específica al mundo de la empresa y el trabajo, y de los estilos femeninos de dirección. Pionera en impulsar el networking entre mujeres.

Directora académica de programas del IESE enfocado a mujeres: Mujeres en Consejos de Administración, Mujer y liderazgo. 
En 2008 el Prof. Jeffery Pfeffer, de la Universidad de Stanford, escribió un caso sobre ella titulado: “Nuria Chinchilla: el poder para cambiar el mundo de la empresa”.



“Si se alcanzaran los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDG´s) que propone la ONU, se desbloquearían 12 billones de dólares (12,000 millones de dólares) anuales en posibilidades de negocio, que serían 24,000 si la presencia de la mujer en las plantillas llegara al 50%”.
 
Lo dijo Marcos Neto, director en Estambul del Centro Internacional para el Desarrollo en el Sector Privado, perteneciente al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y cuya labor es atraer a la empresa privada y fundaciones para contribuir a la consecución de los objetivos de 2030. La realidad es que no hay dinero público suficiente y se necesita de la empresa privada para conseguirlo:

“No hay dinero público suficiente. El sector privado es el motor del mundo: crea el 90% de los empleos y genera el 60% del PIB mundial. Su innovación, su creatividad, su experiencia tecnológica y su inversión son esenciales. Sin la aportación del sector privado no hay SDG’s. Somos la primera generación que puede acabar con la pobreza o con los efectos del cambio climático”.
 

 
Este es solo uno de los muchos comentarios interesantes que se dijeron en la 16ª edición de la conferencia “Doing Good, Doing Well” (DGDW), donde Neto fue uno de los más de 50 ponentes, organizada enteramente por alumnos del MBA del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) de la Universidad de Navarra (España).  El tema de este año giraba en torno a esos 17 objetivos que Naciones Unidas se propone haber alcanzado para el 2030.


 Se requiere un esfuerzo inversor y de colaboración

Se habló, sobre todo, de sostenibilidad, de responsabilidad y se bajó a la arena de lo concreto en numerosas sesiones y paneles que se centraron en aspectos más concretos como las energías, el agua, los suministros, la contaminación, la salud, etc.

Quedó muy claro que no se trata solo de un tema de responsabilidad social corporativa, sino de que conseguir esos objetivos, en beneficio de todos, sea un gran negocio, rentable y con beneficios continuados en el tiempo.

La visión cortoplacista de muchas empresas dificulta la obtención de los SDG’s, porque se requiere un esfuerzo inversor y de colaboración entre empresas, gobiernos y sociedad en un periodo sostenido en el tiempo.

Y, una vez más, lo más importante son las personas. La sostenibilidad debe estar respaldada por valores sociales y humanos, encarnados en personas que creen en ellos y los ponen en práctica.

 
OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE

El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una “nueva agenda de desarrollo sostenible”. Cada objetivo tiene metas específicas que deben alcanzarse en los próximos 15 años:

1- Fin de la pobreza. 2- Hambre cero. 3- Salud y bienestar. 4- Educación de calidad. 5- Igualdad de género. 6- Agua limpia y saneamiento. 7- Energía asequible y no contaminante. 8- Trabajo decente y crecimiento económico. 9- Industria, innovación e infraestructura. 10- Reducción de las desigualdades. 11- Ciudades y comunidades sostenibles. 12- Producción y consumo responsables. 13- Acción por el clima. 14- Vida submarina. 15- Vida de ecosistemas terrestres. 16- Paz, justicia e instituciones sólidas. 17- Alianzas para lograr los objetivos.












martes, 17 de julio de 2018


“El TLC es una de las causas del estancamiento de México”.

Periodista

El Investigador de El Colegio de México, economista José Antonio Romero Tellaeche, defiende la planificación económica, pero “sin sustituir al mercado”. Y arremete contra el TLC y la falta de planificación en…
 

José Antonio Romero Tellaeche (Ciudad de México, 1950) rema a contracorriente. En el México de los tratados comerciales (12, con casi medio centenar de países), que en abril último selló la puesta en marcha de un ambicioso acuerdo con el resto de la cuenca del Pacífico y acordó la actualización de su pacto de libre cambio, y apura los plazos para firmar una nueva versión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC, que le une desde 1994 a Estados Unidos y Canadá), el hasta principios de este año director del Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México carga contra el mayor acuerdo comercial del planeta (el TLC), defiende el modelo del Estado desarrollador y carga contra las doctrinas económicas establecidas.

Tiempo para el debate
Su último libro —Corea y México, dos estrategias de crecimiento con resultados dispares, El Colegio de México 2018—, coescrito con el también economista Julen Berasaluce, compara el diferencial de crecimiento de México y el de Corea del Sur en las tres últimas décadas: mientras que el primero —en origen, más rico— ha registrado un crecimiento del ingreso por habitante solo ligeramente superior al 0.7% en este periodo de 30 años, el país asiático ha logrado dar un salto exponencial de desarrollo, hasta el punto de haber logrado acceder al selecto club de las 30 naciones con mayor renta per cápita del mundo.

Pregunta- ¿Por qué México crece por debajo de su potencial?
Respuesta- Porque optó por una estrategia fallida. Hubo dos errores: considerar que el libre comercio iba a generar de por sí el crecimiento y pensar que, a través de la inversión extranjera se iba a transferir tecnología a México y eso iba a hacer más productivos a los mexicanos, cosa que no sucedió. La crisis de la deuda de los años 80 supuso un cataclismo en un momento en el que el mundo entraba en la etapa del neoliberalismo, y México fue uno de los primeros países que se sometió al tratamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI). Al mismo tiempo, en EE UU el presidente Ronald Reagan, en algo parecido a lo que sucede hoy con Donald Trump, veía un déficit estructural con México y pidió que se desmantelaran todos los programas industriales mexicanos. Ese fue el principio de la apertura comercial. Uno de los grandes mitos es que, si uno tiene libre comercio, democracia y estado de derecho solito se va al crecimiento. La historia nos ha demostrado que no.


México fue uno de los primeros países que se sometió a los lineamientos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Al mismo tiempo, el presidente Ronald Reagan, parecido a lo que sucede hoy con Donald Trump, vió un déficit estructural con México y pidió se desmantelaran todos los programas industriales mexicanos: este fue el principio de la apertura comercial. Uno de los grandes mitos es que, si uno tiene libre comercio, democracia y estado de derecho solito se va al crecimiento. La historia demuestra que no.

Pero las exportaciones de México no han dejado de crecer desde aquella apertura al libre comercio y la posterior firma del TLC.
- Sí, exporta mucho. Pero no son empresas mexicanas: son empresas estadounidenses. El TLC fue precisamente para atraer esas inversiones permitiendo a las compañías traer todos los insumos que quisieran de EE. UU. y ensamblar en México. China y Corea, en cambio, no basaron su crecimiento en la inversión extranjera, sino en la nacional. Y cuando empezaron a admitir inversión extranjera, la obligaron a asociarse con inversionistas nacionales. De esa forma fueron aprendieron cómo se hacen las cosas.

¿Podría México haber optado por la vía china o coreana?
- No estaba en el ADN de los economistas que se fueron a estudiar a EE. UU. Tenían una visión de la economía neoclásica, que ve al individuo en sí mismo y no al individuo como parte de una sociedad en la que lo que importa es el bienestar de la sociedad en su conjunto y el crecimiento de la nación. Ellos veían solo por la apertura de los mercados y porque los productos fueran baratos. No pensaban en el largo plazo, sino únicamente en que el libre comercio es lo mejor, dando por hecho que el TLC es bueno para México.

Ya no se cree en la retórica que hemos escuchado durante 30 años, que especializarnos en nuestras ventajas comparativas es lo mejor y que cualquier intervención del Estado en la economía sea perjudicial.

¿Y Ud. cree que es positivo?
- No. Es una de las causas del estancamiento, porque a la inversión extranjera no se le pidieron ni requisitos de exportación, ni de contenido nacional, ni de asociarse con mexicanos. Ninguno. Y se les dio el mismo tratamiento que a un inversionista mexicano. Ahora subsidiamos, por ejemplo, investigación que luego es patentada en otras partes del mundo. Es de locos. La industria nacional prácticamente ha desaparecido: toda está en manos extranjeras. La única razón de ser es exportar al mercado estadounidense.


Es una de las causas del estancamiento, porque a la inversión extranjera no se le pidieron ni requisitos de exportación, ni de contenido nacional, ni de asociarse con mexicanos. Ninguno. Se les dio el mismo tratamiento que a un inversionista mexicano. Y ahora sí, se exporta mucho. Pero no son empresas mexicanas: son empresas estadounidenses.

 ¿Lo ve como algo necesariamente negativo?
- Las empresas exportadoras no son mexicanas y no se identifican con México. Si cae el tratado, lo que harán será cruzar la frontera. Hay que recordar, además, que la diáspora mexicana a EE. UU. coincide con el TLC: las proporciones fueron bíblicas. Ya se fue prácticamente el 1% de la población cada año, cinco millones en un periodo de tiempo muy corto.

¿Hay forma de renegociar el TLC en positivo para México?
- No. EE UU tendría que aceptar restricciones a la inversión extranjera directa en México, tanto la suya como la europea o japonesa. Que para poder entrar a México tengan que comprometerse a enseñar a los mexicanos. Que haya transferencia tecnológica. No sabemos hacer nada: somos, supuestamente, una potencia y no sabemos ni fabricar los vagones del metro. Eso refleja que no hay ninguna transferencia de tecnología.

¿No teme la ruptura, entonces?
- Estamos en un momento de quiebre: este modelo está en sus últimos estertores, no solo en México, sino también en EE. UU. y en Europa. Cuando son ganadores, todos los países defienden el libre comercio: sucedió en Inglaterra en su momento y en EE. UU., después. Pero ahora se ven acorralados por China y empiezan a replegarse con proteccionismo selectivo, reindustrialización, etc. En eso debería pensar también México.

 
Hay que planificar la economía sin sustituir al mercado: lo que importan son las economías de escala. Y cuando se tiene éxito, ya puedes entrar al libre mercado porque ya eres desarrollado.

¿Va a contracorriente, también, con esta defensa cerrada del modelo de Estado desarrollador?
- Es la mejor estrategia para alcanzar a los líderes en poco tiempo. Son muchos casos: Corea, Alemania, Japón, China…

Pero lo hicieron en otra época, en un mundo mucho menos globalizado. Hoy la competencia entre empresas y entre países es feroz…
- La crítica habitual es que eso se pudo hacer antes, pero ya no. No es cierto: está el caso de Vietnam, un país de 100 millones de habitantes, más atrasado que México y que está siguiendo esta estrategia. Más de lo mismo ya no da: en 1950, México ocupaba el puesto 37 mundial en ingreso per cápita. En 1982, a pesar de lo que crecimos, ya estábamos en el lugar 41, porque otros países crecieron más rápido. En 2015 ya estábamos en el 78. El verdadero desarrollo llegó hasta 1970, luego vinieron los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo y aunque la economía siguió creciendo, ya fue artificialmente. Después, el liberalismo no funcionó. El panorama para toda América Latina es muy desolador si seguimos con el mismo patrón.

Hay un 60% de informalidad. Y, ¿cómo ocupamos esta mano de obra? Hasta ahora la respuesta ha consistido en planes de solidaridad: darles paliativos hasta que se mueran.

Muchos economistas tacharían esas ideas de antiguas y nacionalistas…
- Los economistas neoclásicos parten de que hay pleno empleo y de que hay que ocupar los recursos escasos en las mejores actividades. En México no se dan esos supuestos. La crítica es que tenemos una oferta ilimitada de mano de obra que no está empleada o está en el subempleo. Hay un 60% de informalidad, así que no estamos hablando de lo mismo. Y, ¿cómo ocupamos esa mano de obra? Hasta ahora la respuesta ha consistido en planes de solidaridad: darles paliativos hasta que se mueran. Quienes reciben buenos ingresos están felices, pero para la mayoría hay escasez de ingresos y el ingreso medio por habitante está rezagado. Ya no se cree en la retórica que hemos escuchado durante 30 años, que especializándonos en nuestras ventajas comparativas es lo mejor y que cualquier intervención del Estado en la economía sea perjudicial.

¿A qué achaca ese rechazo a la presencia del Estado?
- El desprestigio del Estado es completamente ideológico. No se concibe ni siquiera el concepto de política industrial. Es la ideología dominante y ha hecho mucho daño. Creo que hay que planificar la economía sin sustituir al mercado: lo que importan son las economías de escala. Y cuando se tiene éxito, ya puedes entrar al libre mercado porque ya eres desarrollado.

¿Está México a tiempo de optar por ese modelo?
- Siempre se está a tiempo. China pudo haberlo aplicado 100 años antes, pero cuando lo hizo tuvo éxito. Igual Alemania. Perdimos 30 años, pero en algún momento hay que iniciar.






viernes, 13 de julio de 2018

CHINA LANZA AL MUNDO UNA NUEVA “RUTA DE LA SEDA”: INICIO DE UNA NUEVA ERA DE GLOBALIZACION.
Este artículo lo publicamos el 13 de marzo de 2018, pero por su gran actualidad y en respuesta a las solicitudes de nuestros lectores lo volvemos a ofrecer en nuestros espacios. Gracias a nuestros lectores y simpatizantes por su interés. (El Puente Editores)


Por Atilano González Villa
Director General
El Puente Editores

Trump lanzó un misil pesado sobre el mundo al decretar aranceles para el acero y el aluminio, lo cual de hecho ha iniciado una guerra comercial y, de paso, alentó el avance de China en el plano internacional. Con esta medida de Trump, la estrategia global del gigante asiático encontrará mucha menos resistencia en el futuro próximo.

Y es que China ya tiene una estructura con estrategia planeada a largo plazo, una nueva “Ruta de la Seda”. Un proyecto acariciado desde hace algunos años por el dirigente chino Xi Jinping que prevé una inversión total de unos 900,000 millones de dólares para infraestructura en 68 países de Asia, Europa y Africa, en donde vive el 65% de la población del mundo, con un tercio del PIB mundial y con el 75% de las reservas energéticas del planeta.

Vacío mundial
Lo que el presidente Trump ha logrado con su radical política proteccionista, es crear un creciente malestar entre sus tradicionales aliados y un ya sentido vacío de liderazgo mundial. Se ha salido de varios tratados internacionales y trata de torpedear el más importante del mundo, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Y si Washington se retira del plano internacional, China está más que lista para llenar ese vacío. Xi Jinping, ahora con un enorme poder absoluto sobre su país, se ha declarado defensor de la lucha contra el cambio climático y muy respetuoso de los tratados internacionales y de la globalización. Por lo pronto, Beijing ha anunciado el avance de negociaciones con 12 países para establecer acuerdos de libre comercio, los cuales se sumarían a los 21 que ya mantiene, uno más que los Estados Unidos.

Lo que la potencia asiática quiere, en palabras de su dirigente máximo, es “iniciar una nueva era de globalización”. La mira china es de largo alcance: ser la primera potencia mundial en 2,050.

Visión china del momento actual
El Diario del Pueblo, el vocero más oficial del régimen chino, publicaba hace muy poco que “nunca el mundo ha tenido tanto interés en China ni la ha necesitado tanto”, para en otro apartado señalar cómo “Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump ha abdicado de su papel de líder mundial, con una Europa presa de sus divisiones y un mundo que aún arrastra las consecuencias de la crisis financiera de 2008, situaciones que presentan una oportunidad histórica que nos abre un enorme espacio estratégico para mantener la paz, el desarrollo y ganar ventaja”. Lo publica como “Manifiesto” o sea un escrito respaldado por los más altos dirigentes del Partido.

Estrategia financiera y tecnológica
Uno de sus puntos de apoyo más fuertes es su inversión en el extranjero. De acuerdo con informes de su Ministerio de Comercio, el último año estableció convenios financieros por 120,000 millones de dólares con 6,234 empresas de 174 países. En tanto en Latinoamérica, la derrama fue mayor a la del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El cambio
China se apresta para el tan anhelado “gran salto”.

Si cuando Mao lo intentó (1958-1962) resultó un fracaso, ahora con Xi Jinping el cambio ha sido radical con grandes perspectivas de éxito.

Deng Xiaoping, su antecesor y gran protagonista de la apertura económica, siempre recomendó “esconder la fuerza y aguardar el momento”, mientras el país luchaba por salir de la pobreza y dejar atrás el marasmo de años de Revolución Cultural, un momento que al fin ha llegado. Y el “líder” no escatima momento para pregonarlo: “China será líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional”.

Las circunstancias geopolíticas o su auge económico hacen de China el país llamado, de acuerdo con ellos mismos, a ocupar el papel que le debe la historia. Sin perder de vista la mano férrea de la dictadura que gobierna el país y lo mueva al unísono en la dirección deseada por su dirigente.

Se ve claro que China hoy genera más simpatías que EE. UU. en numerosos países -incluidos aliados tradicionales de Washington, como Holanda y México-, según apuntaba el Pew Research Center en 2017. Otra empresa analista, Eurasia Group, ha descrito la influencia de China en medio de un vacío de liderazgo global como “el primer riesgo geopolítico, porque está fijando estándares internacionales con la menor resistencia jamás vista”. Y agrega: “El único valor político que China exporta es el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países, algo atractivo para los gobiernos acostumbrados ya a las exigencias occidentales de reformas políticas y económicas a cambio de ayuda financiera”. Con estos principios busca moldear el orden mundial para colocarse como referente, crear oportunidades estratégicas para sí y para sus empresas y legitimar su sistema de gobierno.

Ruta de la Seda
La historia nos cuenta del famoso corredor por donde China exportaba su producción de seda a lomo de camellos, de elefantes y de humanos, para llegar a las costas orientales del Mediterráneo. Ahora, China incide con mayor fuerza en un sustituto de esta Ruta.

Plan de Acción Terrestre (el cinturón) y Marítima (la ruta)      
Este Plan, sustituto de la histórica Ruta de la Seda, también conocido como “Un Cinturón Una Ruta”, contempla la construcción de ferrocarriles, autopistas, aeropuertos, puertos marítimos, oleoductos, gasoductos, centrales eléctricas y toda clase de infraestructura, para sustituir a los camellos y elefantes de antaño.

Y China ya no se va por las ramas, ha dejado bien explícito y claro su objetivo final: “iniciar una nueva era de globalización en dirección de Beijing”.

La ruta llegará a Mongolia y Rusia; Asia Central y Pakistán; Myanmar, Bangladesh y La India;  sureste asiático y también a Corea del Sur y Japón; al Golfo Pérsico, Oriente Medio, norte de Africa y la Unión Europea.

China ha puesto los ojos también en países y áreas relegadas al subdesarrollo y parece ser la única potencia dispuesta a darles la mano para impulsar sus desarrollos.

Pero una de sus prioridades estratégicas es sin duda Europa, por eso gestiona ya parte del puerto de El Pireo (Atenas) y multiplica sus proyectos en Grecia porque quiere convertirla en su centro de actividad hacia los Balcanes y el sur de Europa. 





Pakistán
En esta importante estrategia global destaca la inversión de más de 50,000 millones de dólares en Pakistán, su histórico aliado y vecino, para reconstruir toda la economía del país. Punto central de esta tarea nacional es el desarrollo del puerto de Gwadar, en el mar Arábigo, en donde China conseguiría una salida al mar para sus productos sin pasar por el complicado estrecho de Malaca, entre Indonesia y Malasia, considerado el estrecho más peligroso del mundo. Además, el proyecto para Pakistán incluye la modernización de la carretera del Karakoru, que une ambos países.

Red ferroviaria
Respecto a Europa, hay dos corredores terrestres fundamentales. La red de ferrocarril norte, la más grande del mundo, que parte de China y pasa por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia y Alemania, en donde se distribuye hacia otros puntos, llegando incluso a España. Y la sur, que baja por Asia Central y entra en Irán para partir hacia Europa, pasando por Turquía.

Un símbolo del cambio geopolítico es el servicio ferroviario de carga iniciado en 2014, pero aun no consolidado, entre Yiwu en la costa oriental de China y Madrid, con 13,000 kilómetros de recorrido, en 21 días, considerada ya la red férrea más larga del planeta. 

Así, Pekín ya desarrolla el transporte terrestre a gran escala y de forma rápida, impulsando fundamentalmente la alta velocidad. "China es el país con más kilómetros construidos de alta velocidad, aproximadamente 20,000, y está impulsando tanto la alta velocidad para trenes de pasajeros como de mercancías", explica Fernando Moragón, presidente del Observatorio Hispano-Ruso de Eurasia. Y hace unos días, China anunció experimentos para construir un tren que correrá a 1,000 km/hora.

Pero para Pedro Nueno, profesor del IESE de la Universidad de Navarra y presidente de la China Europe International Business School (CEIBS), Madrid solo representa una escala y no un destino final. Por eso dice: “Hay que entender que la Ruta va más allá de la infraestructura: es el proceso de China abriéndose al mundo. A Mariano Rajoy le dijeron que no acaba en España, sino que sigue hacia América Latina. Eso quiere decir que las empresas chinas han de salir y además España es un puente para Latinoamérica y Africa. No hay que verlo como un proyecto logístico, sino conceptual”.

América Latina y el Caribe no se incluyen por ahora en esta nueva Ruta de la Seda, pero ya se ven las intenciones chinas con su proyecto de ferrocarril transcontinental que conectaría la costa atlántica de Brasil con la del Pacífico de Perú.

Africa
China lleva a cabo importantes inversiones en Africa, como la construcción de un ferrocarril entre las ciudades de Nairobi y Mombasa (Kenia), que formará parte de una futura red de transportes en Africa Occidental.

Sin embargo, uno de sus proyectos más importantes en este continente es el de Yibuti, en el Cuerno Africano a la salida del Mar Rojo, donde China trabaja en el desarrollo de un centro logístico marítimo que será "su primera base militar en el extranjero". Las primeras tropas chinas llegaron al lugar en el verano de 2017. También tienen bases Estados Unidos, Francia y Japón, con los mismos fines declarados por China.

En Africa, en 2015, China firmó con la Organización para la Unidad Africana un memorando contemplando inversiones por valor de 60,000 millones de dólares.



Financiamiento
Aunque desde 2013 el presidente Xi Jinping lanzó al mundo la idea de una nueva Ruta de la Seda y desde ese año comenzaron las acciones concretas para establecer acuerdos bilaterales, no fue sino hasta mayo de 2017 que se reunieron en Beijing, en un Foro mundial, 28 jefes de estado y representantes de mil organizaciones de todo el mundo para conocer las peculiares pinceladas de la que podría ser la iniciativa comercial más importante de este siglo, abierto a todos los que se quieran adherir.

En el marco de la inauguración del foro, el presidente Jinping dio a conocer que aportará 14,500 millones de dólares al Fondo de la naciente nueva Ruta de la Seda y ofreció 8,700 millones de dólares para apoyar a los países en vías de desarrollo que participen en esta iniciativa. En forma adicional, anunció una inversión de 124,000 millones de dólares para impulsar el libre comercio.

Se refirió también al lanzamiento de “100 proyectos contra la pobreza y 100 proyectos de salud y de rehabilitación en los países de la nueva Ruta y su país proveerá a las organizaciones internacionales relevantes 1,000 millones de dólares en beneficio de los países que la integren”.

Las principales vías de financiación de este macroproyecto son dos: 1- El Fondo Económico de Inversión de la Ruta de la Seda, patrocinado por China, con un fondo de 50,000 millones de dólares (en 2014). 2- El Banco Asiático de Inversión e Infraestructura, creado hace un año, con 57 países miembros, principalmente de Asia y de Europa, en el que China, India y Rusia, en este orden, son los mayores accionistas.

"En este banco, en el que están incluso países como Inglaterra e Israel, China vetó a dos países, EE.UU., que ya tiene el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y Japón, que cuenta con el Banco Asiático de Desarrollo", afirma el presidente del Observatorio Hispano-Ruso de Eurasia, Fernando Moragón.

Infraestructura financiera
Jinping también ofreció establecer un sistema financiero de tarjetas para mantener los riesgos bajo control, lanzar nuevos modelos financieros y de inversión, incentivar la cooperación entre el gobierno y el capital privado, construir un sistema financiero diversificado y un mercado de capital múltiple, y mejorar las redes de servicios financieros.

Otros compromisos
Los países interesados en participar en la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, deberán promover la legislación para el beneficio común, facilitar la integración financiera y la conectividad, generar un comercio ininterrumpido e incentivar la aceptación de esta ruta comercial.


Punto importante y trascendental de parte de Xi Jinping es haber asegurado que su país “no interferirá en ningún punto con los asuntos interiores de otros países”.

Y otro mensaje claro y conciso: “dejar atrás el proteccionismo económico y abrir el libre comercio mundial”.

Voces discordantes
Las alarmas han sonado. El primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, en diciembre se mostró preocupado por la influencia de China en los asuntos políticos de su país, a través de lobbies y donaciones, y ya presentó un proyecto de ley para frenarla.

El director del FBI en EE UU, Christopher Wray, también ha advertido que Pekín puede haber infiltrado operativos incluso en las universidades.

Un informe del think tank alemán MERICS y del Global Public Policy Institute alertan de la creciente penetración de la influencia política de China en Europa, especialmente en los países del Este.

Y un grupo de académicos logró, gracias a sus protestas del último año, que la editorial Cambridge University Press recuperara artículos censurados por no coincidir con la visión de Pekín en asuntos como Tiananmen o Tíbet.

Además de las alarmas, empiezan a sonar también -de modo aún muy incipiente- propuestas para contrarrestar esa pujanza china o al menos los aspectos menos benevolentes de ella. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha llamado a los 27 socios de la Unión Europea a la unidad para no perder terreno frente a China.

Y Japón, India, Australia y EE. UU. se plantean ya ofrecer un plan internacional alternativo al de la nueva Ruta de la Seda.

Pero…
China está decidida. Su estrategia es a largo plazo con culminación en 2049, algo que los países occidentales no tienen. Y su crecimiento de dos dígitos por muchos años, la perfila como potencia económica de primerísimo orden para 2030.

Como ejemplo, el presidente Jinping dio a conocer que el volumen del comercio exterior de su país entre 2014 y 2016, con las naciones que actualmente están en esta Ruta, superior los 3,000 millones de millones de dólares.

Realidad política china

Pero detrás de todo este entramado comercial y financiero se alza el verdadero rostro de la China de hoy: un régimen totalitario, opresor y sanguinario con mando único en la persona de Xi Jinping (64 años de edad), quien ya ha dado la orden a su pueblo de alinearse a sus objetivos de todo tipo y, dirigiéndose a los trabajadores de los medios de comunicación les dijo “ustedes tienen que llevar ‘Partido’ como apellido”, en referencia clara al Partido Comunista.

Xi Jinping acaba de lograr el poder indefinido en China al aprobar la Asamblea Nacional Popular (ANP, legislativo) un total de 21 enmiendas a la Constitución, entre las que figura la eliminación del límite de dos mandatos consecutivos para el Presidente y para el Vicepresidente del país. 

Con esta reforma Jinping consolidó su mando único en el Gobierno, el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas, sin límite de tiempo, en otras palabras concentra el poder absoluto sobre los más de 1,300 millones de ciudadanos chinos y sobre todo el territorio nacional.