Perfil a Martin Rhonheimer,
sacerdote y filósofo.
El bendito capitalismo
Por Miguel Ors Villarejo Periodista Financiero |
Martin Rhonheimer (Zúrich, 1950) enseña ética y filosofía
en la Pontificia Universidad de La Santa Cruz. Sacerdote y miembro del Opus
Dei, es también cofundador y presidente del Austrian Institute of Economics and
Social Philosophy de Viena.
La aversión de la iglesia católica al mercado tuvo
sentido en el siglo XIX, pero ya no, dice el sacerdote católico y filósofo
Martin Rhonheimer.
En 1891 un joven jesuita llamado
Heinrich Pesch regresa de un breve exilio en Liverpool. Allí ha asistido a la
explotación y a la degradación de la clase trabajadora y decide consagrar el
resto de su vida al apostolado de “la justicia social”. Esta resolución se
concretará en los cinco volúmenes de densa prosa académica de Lehrbuch der
Nationalökonomie (Manual de economía política), que constituirán la base
ideológica de la Quadragesimo anno -aunque para cuando esta encíclica vea la
luz, en 1931, Pesch ya habrá fallecido, exhausto por el esfuerzo de su
descomunal empresa.
La
formulación de Pesch recibe el nombre de “solidarismo” y pretendía alumbrar una
tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Su tesis no está muy alejada
de la que por aquella época exponía Gilbert K. Chesterton, pero ambos autores
compartían sobre todo una indisimulada indignación ante los parches habilitados
para atajar el terrible sufrimiento que, según ellos, había traído la
Revolución industrial.
“Hace
un tiempo”, escribe Chesterton en Lo que está mal en el mundo (1910), “algunos
médicos (...) emitieron una orden que aconsejaba llevar el pelo muy corto a las
niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas cuyos padres fueran
pobres (…) pues, en su caso, eso supone tener piojos. No parece habérseles
ocurrido suprimir los piojos. (…)
¿Capitalismo desbocado?
Hasta ese momento,
la única respuesta del Vaticano a la convulsión proletaria había sido Rerum
novarum (1891), el documento que inaugura la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI), pero para Pesch, Chesterton y otros muchos cristianos sus planteamientos
eran especulativos y tibios. “León XIII (el Papa que firma la encíclica) no se
pronuncia sobre el capitalismo”, dice Martin Rhonheimer. “Manifiesta su
inquietud por las personas que lo pasan mal, exige leyes que protejan a los más
débiles de lo que considera abusos y reconoce el derecho de los obreros a
asociarse, pero no ofrece un modelo económico alternativo. Al contrario,
defiende la libertad individual y la propiedad privada, y condena el socialismo”.
Esto cambiará, sin embargo, cuando, Pío XI encomiende a
Gustav Gundlach y Oswald von Nell-Breuning, dos discípulos de Pesch, la redacción
de Quadragesimo anno. “Publicada en 1931”, sostiene Rhonheimer, “se basaba en
la [...] suposición de que la causa de la crisis mundial residía en el [...] ‘capitalismo
desbocado’, el mercado -venía a decir- no basta como principio regulador,
precisa de (una) intervención controladora”. Por primera vez se usaba en un
texto de la DSI “la poco clara expresión ‘justicia social’, una tarea que debía
acometer al Estado ante el fracaso del mercado”. “La verdad”, añade Rhonheimer,
“es otra bien diferente”.
Fases
Martin Rhonheimer
(Zúrich, 1950) enseña ética y filosofía en la Pontificia Universidad de La
Santa Cruz. Sacerdote y miembro del Opus Dei, es también cofundador y
presidente del Austrian Institute of Economics and Social Philosophy de Viena,
donde actualmente reside. Los entrecomillados del párrafo anterior no proceden
de la charla que mantuve con él en la Fundación Rafael del Pino, sino de “El ‘malvado
capitalismo’: la forma económica del dar”, un artículo escrito en 2014 en
respuesta a la invitación de una revista española, pero cuya publicación fue
rechazada “después de continuas demoras”, por “razones de prudencia y
oportunidad”. A Rhonheimer nunca le desvelaron esas razones, pero no le cabe la
menor duda de que tienen que ver con su reiterada “crítica de las políticas
redistribucionistas”, del estado de bienestar.
El artículo lo ha editado finalmente el Centro Diego de
Covarrubias en Libertad económica, capitalismo y ética cristiana, una antología
de nueve piezas en las que Rhonheimer defiende la economía de mercado y,
ocasionalmente, denuncia las lagunas y la inconsistencia de la Iglesia en
materia social.
Remuneración justa es
aquella que estipulan libremente empleador y empleado y se corresponde con el servicio
prestado, no con lo que el empleado y su familia necesitan para subsistir, esto
sería a lo mejor lo deseable, pero no es económicamente viable. Se puede pagar
más por caridad, pero no por justicia.
Caridad y justicia, en la remuneración justa.
“Se ha intentado
construir una continuidad entre las diferentes encíclicas”, dice Rhonheimer, “pero
hay varias rupturas”. La primera fue precisamente Quadragesimo anno. Hasta
entonces, el catolicismo se inscribía en una larga tradición promercado que se
remontaba a la Edad Media. “San Francisco es el patrón de los comerciantes”, le
recordó a un periodista del Frankfurter Allgemeine que acababa de observarle
que el de Asís despreciaba a los ricos. Y añadió: “Los franciscanos fundaron
bancos, concedían préstamos a quienes los necesitaban y han tenido mucho éxito
administrando bienes raíces”.
Durante la presentación de Libertad..., Rhonheimer
también tuvo palabras de reconocimiento para la Escuela de Salamanca, cuyas
aportaciones sobre el dinero, la inflación o los salarios quedarían
desgraciadamente eclipsadas por Adam Smith y los clásicos. “Luis de Molina (un
teólogo conquense del siglo XVI) se pregunta qué es una remuneración justa”,
explicó Rhonheimer, y llega a la conclusión de que “es aquella que estipulan
libremente empleador y empleado y se corresponde con el servicio prestado, no
con lo que el empleado y su familia necesitan para subsistir, esto sería a lo
mejor lo deseable, pero no es económicamente viable. Se puede pagar más por
caridad, pero no por justicia”.
El carácter contraintuitivo (y aparentemente incompatible
con el Evangelio) de muchas leyes del mercado sumió en la perplejidad a los
intelectuales que, como Pesch y Chesterton, contemplaban cómo la miseria se
arracimaba en torno a las incipientes fábricas. En realidad”, dice Rhonheimer, “la
gente antes ya se moría de hambre en el campo y por eso huía a la ciudad, donde
pasaba menos penalidades. Ahora lo sabemos, pero en el siglo XIX muchos no
entendían los procesos que estaban en marcha”.
La ignorancia de estos mecanismos “elementales” llevaron
a Pío XI a apostar por las teorías de Pesch, hoy totalmente denigradas. “No
eran de naturaleza fascista”, puntualiza Rhonheimer, “pero recelaban de las
fuerzas del mercado. Las soluciones corporativistas estaban entonces muy de
moda. El propio (Franklin Delano) Roosevelt fue un gran admirador de (Benito)
Mussolini hasta la invasión de Abisinia (en 1935)”.
Acomodación y desconfianza
En cualquier caso,
tras la derrota de Alemania e Italia en la guerra mundial, el solidarismo cae
en desgracia y la Iglesia inaugura una tercera
fase de su doctrina social, dominada por la acomodación. “Al carecer de
concepción propia”, dice Rhonheimer, “ha ido adaptándose a las sucesivas modas.
Juan XXIII incorpora las ideas sobre los derechos humanos, algo loable, y sobre
el estado de bienestar, algo más discutible. Pablo VI asume las tesis contra el
comercio internacional” que en los 60 pone en boga Raúl Prebisch desde la Cepal
(Comisión Económica para América Latina y el Caribe), y “ahora viene la cosa
del clima... La DSI se ha convertido en un epifenómeno de la agenda del momento”,
con, si acaso, una única constante: la desconfianza del mercado.
Mientras los
puestos de trabajo que la tecnología destruye en un sector saltan a la vista,
los que habilita en otros tienden a pasar inadvertidos. Esta asimetría nos
impide apreciar el balance positivo del proceso que Joseph Schumpeter bautizó
como “destrucción creativa” y que, al arrumbar a los actores menos productivos,
constituye el motor más poderoso del progreso.
Sesgos
“El registro histórico es claro”, escribe Rhonheimer. “Durante los dos últimos siglos, la economía capitalista (...) ha mejorado sostenidamente las condiciones de vida de todos los niveles sociales, siempre y en todo lugar. Por el contrario, todas las versiones del intervencionismo estatal (las) han deteriorado”.
Pero paradójicamente,
la mayoría de la gente está convencida de que el mercado es el problema y el
Estado la solución. ¿Por qué?
En el capítulo 5 de Libertad..., Rhonheimer cita las
investigaciones de Bryan Caplan, un profesor de la Universidad George Mason,
que atribuye la mala prensa del capitalismo a cuatro sesgos de percepción:
1- A nadie le cuesta
imaginar a un funcionario asignando recursos, pero es más difícil entender cómo
miles de agentes se las arreglan para coordinarse y abastecer las tiendas a
partir de las señales que emiten los precios. El economista Paul Seabright
cuenta que, poco después de la caída del Muro de Berlín, un burócrata ruso que
visitaba Inglaterra le preguntó quién se encargaba del reparto del pan en
Londres y se quedó atónito cuando le respondió: “Nadie”.
2- Tampoco somos
conscientes de que el comercio internacional nos ayuda a especializarnos en
aquello que hacemos mejor. Consideramos al fabricante extranjero un ladrón de
empleo, cuando es un socio que impulsa la eficiencia global y, por tanto, nos
permite disfrutar de bienes y servicios cada vez mejores y más baratos.
3- Mientras los
puestos de trabajo que la tecnología destruye en un sector saltan a la vista,
los que habilita en otros tienden a pasar inadvertidos. Esta asimetría nos
impide apreciar el balance positivo del proceso que Joseph Schumpeter bautizó
como “destrucción creativa” y que, al arrumbar a los actores menos productivos,
constituye el motor más poderoso del progreso.
4- Disponemos de un
olfato muy fino para detectar lo que está mal a nuestro alrededor. Ello
alimenta la falsa ilusión de que la situación es peor de lo que en realidad es
y nos lleva a subestimar el desempeño de la economía.
Estos cuatro
prejuicios son los responsables de la aversión al mercado, “una pauta”, según
Caplan, “profundamente arraigada en el pensamiento humano que durante
generaciones ha frustrado a los economistas” y que la Iglesia ha abrazado con
ardor.
Los papas parecen en particular obsesionados con el
tercer sesgo, el de crear y preservar el trabajo, como en seguida se verá.
Para Rhonheimer, los textos de las encíclicas revelan una “falta de comprensión” de lo que es el empresario, cuyo cometido no es crear empleos. “La rentabilidad es su ley”, y es legítimo que así sea.
El trabajo del capital
En sus documentos
sociales, la Iglesia señala que el empleo es el destino último de la actividad
empresarial. Gaudium et spes (1967) dice que el patrono no puede perseguir “el
mero incremento de los productos ni el beneficio ni el poder, sino el servicio
del hombre”. Por su parte, Quadragesimo anno sostiene que “el uso de grandes
capitales para dar más amplias facilidades al trabajo asalariado (...) debe
considerarse como la obra más digna de la virtud de la liberalidad”.
Finalmente, en Laudato si' (2015), Francisco reitera que la labor del patrono
es fecunda “si entiende que la generación de puestos de trabajo es parte
ineludible de su servicio”.
Para Rhonheimer, estos textos revelan una “falta de
comprensión” de lo que es el empresario, cuyo cometido no es crear empleos. “La
rentabilidad es su ley”, escribe, y es legítimo que así sea porque, para
empezar, el beneficio “indica que la producción y los deseos de los
consumidores coinciden”. En una economía de mercado no te haces millonario
fabricando objetos que nadie quiere. Si ganas dinero es porque creas utilidad.
Pero es que, además, es falso el antagonismo entre
patrono y obrero que postula el marxismo y que la Iglesia parece haber asumido.
El dividendo no crece a expensas del salario, como confirma el hecho de que
ambos hayan mejorado desde la Revolución Industrial. Ni el capitalista es un
parásito que se dedica a succionarle la plusvalía al proletario, ni el trabajo
del proletario es la única fuente de valor. Este procede en mayor medida del
trabajo del capitalista, del emprendedor que, primero, detecta una necesidad
insatisfecha y, después, discurre el procedimiento más eficaz para colmarla.
Henry Ford no expolió a sus empleados. Al contrario: les proporcionó una cadena
de montaje que multiplicó su productividad y su bienestar.
Empresarios y trabajadores: aliados.
“El Occidente
industrializado, hoy rico”, observa Rhonheimer, “llegó a serlo gracias a (individuos)
que querían hacer negocio”. Guiados por la información que les suministraban
sus cifras de facturación y beneficio, tomaron decisiones que perseguían el
mismo propósito que sus trabajadores: la prosperidad.
Patrono y obrero, concluye, no promueven intereses
estructuralmente opuestos. No son rivales, son aliados. “Obviamente el
empresario necesita a los trabajadores, esto es trivial. Menos trivial es esto
otro: si no hubiera empresarios e inversores, las personas (...), por
diligentes que fueran, apenas estarían en disposición de garantizar su propia
supervivencia”.
Propiedad privada y libertad.
“Pocas cosas hay tan peligrosas como un economista que solo sabe de economía, excepto tal vez un filósofo moral que no sepa nada de economía”, escribe Peter Boettke, otro egregio miembro de la Escuela Austriaca. La cita se recoge en el prefacio de Libertad... y resume magistralmente el pensamiento de Rhonheimer. “La Iglesia no está para enseñar economía”, dice. “Sus pastores deberían ser cautos a la hora de hacer pronunciamientos, pero lamentablemente callan acerca de cuestiones para las que poseen genuina competencia y se manifiestan acerca de temas que en el fondo no les incumben”.
Y me explica cómo una vez le dijo a un cardenal que los
políticos no multiplican los panes y los peces. “Este es un mundo de escasez,
mientras que el de Jesús es el Reino de los Cielos, de la gracia y la
misericordia divina, un mundo de abundancia, cuyas leyes no valen aquí. Pero
los teólogos tienen esa tendencia...”.
“Habría que rehabilitar la doctrina social previa a Quadragesimo
anno”, sigue, “volver a la defensa de la propiedad privada y la libertad,
porque son los principios que, en el marco del estado de derecho, han arrancado
a la humanidad de la miseria”.
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