Atilano González Villa
Como cada día, una noche revisaba e-mails, leía revistas, diarios, comentarios, columnas, noticias y todo lo relacionado con mi quehacer profesional cuando, de pronto, me topé con un artículo que me desbalanceó algo, emocionalmente, por el tema tan poco común de ver en los medios y por su profundo contenido. Lo leí varias veces y cada vez le encontraba más aristas y mayor profundidad al tema, que encabeza esta columna. En lugar de comentarlo, se los dejo para que, como yo, sientan lo trascendente de estos pensamientos:
Mi padre no vivió ni murió en vano
Maricruz Tasies-Riba
Salido papá de su primer ingreso del hospital me dijo un día: “Ya solo me queda esperar la muerte ya que, enfermo como estoy, no soy de utilidad para nadie”.
Yo, para animarlo dije: “Papi, si no moriste en el hospital, ahora que estuviste tan grave, debe ser porque todavía te falta algo por hacer”.
Así fue, efectivamente, en lo que a mí respecta.
El domingo de la Fiesta de la Divina Misericordia fue el último día que supo quién era yo, pero también el último que imploramos juntos el auxilio del cielo y también el día que pude volver a llorar, ya que tenía muchísimos años sin poder hacerlo.
Ese día, me parece que -verdaderamente- el Señor fundió nuestros corazones al suyo y me devolvió mi corazón de carne.
Desde entonces fácilmente lloro y no creo que sea solo porque estoy de duelo. Lloro porque, verdaderamente, me ha sido dado el corazón de carne que tanto necesitaba. Es más, he llegado a pensar que si volviera a perder mi corazón de carne, preferiría volver a pasar por todo este dolor con tal de recuperarlo.
A mi padre, el Señor le concedió el tiempo que necesitaba para que su hija mayor recuperara lo perdido y de paso recibir otros regalos que jamás hubiese sospechado estaría en necesidad de recibir, los necesitaba y no lo sabía.
Uno de ellos es la capacidad de perdonar a mis tíos, por su indiferencia. El perdón, qué difícil, me ha devuelto la paz y la tranquilidad a través de un nuevo corazón de carne.
La historia familiar de papá no es que haya sido atroz, lo que sucede es que don José Tasies rogó al cielo por una buena mujer y recibió la bendición de casarse con Cecilia Riba, mujer piadosa con quien aprendió lo necesario para acercarse a Dios en humildad, cosa que jamás le perdonaron y, sin embargo, siempre utilizó palabras dulces para referirse a sus hermanos y nunca se midió en palabras para cuando, de-lante nuestro, los alababa.
De ahí es que, los hijos de papá, aprendimos a querer a nuestros tíos y estamos ahora, habiéndolos conocido un poco mejor, aprendiendo a perdonarlos.
De ahí es que, este señor honorable, divertido, educado, gentil, delicado, pudo recibir del Señor tantas virtudes, como demostró a lo largo de su vida, por las que lo recuerdan con cariño y admiración tantas personas.
Es por lo que me lleno la boca, afirmando que mi padre no vivió ni murió en vano.
Así se lo dije en el lecho de muerte y de lo que estoy segura, al día de hoy, se ha enterado
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