jueves, 22 de mayo de 2014

Medalla “Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco”, a Elena Poniatowska

Entregan:
FILEY y UC Mexicanistas

La Sra. Cristina Pacheco entregó la Medalla a la Sra. Elena Poniatowska y el rector de la Universidad Autónoma de Yucatán, Alfredo Dájer Abimerhi, el premio de $100,000.00.


Sara Poot Herrera:
Bueno, pues, Elenita, aquí tenemos a Elenita, todo mundo parodiamos, en el mejor sentido de la palabra, los títulos de Elena. Querida Elena, te abraza Mérida, elenísima:

Amanecerá en unos momentos, la bella mujer y sus dos niñas abordarán el avión que las llevará a la Ciudad de México... Días antes habían bajado del Marqués de Comillas, el barco que devoró las olas del Atlántico y las depositó en la isla. ¡Mamá, que linda es Cuba! Atrás quedó papá en Francia. Las espera el árbol genealógico femenino bien plantado en el patio de la casa de Berlín, la calle de la Ciudad de México por donde pasean los perros de la abuela, quien no deja perro alguno sin recoger… Desde la calle de Berlín, las Girls Scouts de France alcanzan a oír los sonidos del Paseo de la Reforma resguardado por el Angel de la Independencia. El Angel le da a una de las niñas, a la nuestra, a la de todos, su mejor pluma para que escriba y vuele por todo México…

Muchos años han pasado, ahora Elena nos visita. Ahora Elena recibe un premio más, tan entrañable el premio, como quien lo recibe. Yo digo así, el rayo verde sí existe, yo lo vi pasar en las palabras cruzadas de Elena Poniatowska, niña de mil artes.

Elena Poniatowska, “Fervor por Emilio Pacheco”: Quisiera que se echaran un año para atrás y recordáramos cuando llegó aquí a Mérida. José Emilio, vino con Cristina y, me han dicho, estuvo muy contento. Se sintió bien, tranquilo, dijo que regresaría este año y vamos hacerlo regresar. Les pido que cierren los ojos y piensen que junto a cada uno de ustedes está José Emilio Pacheco, con su generosidad, con su amor a los demás, con su aceptación del otro, él pedía siempre perdón, no quería nunca molestar a nadie, por eso aquí están algunas recetas, que no pude leer el año pasado porque me enfermé, para acercarse a José Emilio:

- Si lo ven de lejos, avancen poco a poco hacia él y al llegar hágase presente para no sobresaltarlo.

- Tampoco lo elogie, porque lo mirará con cierta desconfianza y protestara que no es para tanto.

- No le cuente que lo conoce desde hace tiempo, que lo saludó en las escalinatas de Bellas Artes o que lo vio comer en el Matrix donde él pagó la cuenta, hace poco más de seis meses, él no es ningún desmemoriado.

- Si lo felicita por ser nuestro premio Cervantes, responderá que el dinero va a servirle para su internamiento en los hospitales de Vázquez Raña, que no tienen nada de ángeles y resultan los más caros del mundo.

En la Ciudad de México, los capitalinos vivimos en una ciudad deforestada, sin árboles. José Emilio amanece en la ciudad, cuya tumba es hoy el pavimento y se llama Distrito Federal. En marzo de 1979, José Emilio escribió un entremés de los ejes viales, tuberías rotas, trincheras, baches, hoyancos, árboles talados, camellón arrasado, aire letal envenenado por los escapes y los polvos fecales, avenidas que jamás pueden atravesarse en medio del estruendo de los coches, perforadoras y mazos acompañados siempre a “perdone las molestias que le causa esta obra”.

Ustedes por no llorar, de veras, acabaran llorando de risa, ante la enumeración de tantísimas catástrofes antes de que dos agentes irrumpan en el diálogo de un viejo y un joven que aguardan en la esquina para atravesar la calle y los insulten, golpeen y despojen de relojes, plumas y carteras.

Batallando en el desierto derramado de lágrimas, bogaremos en los versos para celebrar la palabra en los remos de nuestro encuentro y seguimos 100 años. Sin comisiones, José Emilio Pacheco nos seguirá viviendo. Domingo 26 de enero de 2014, descansó en la 5ª estación: la de la poesía.


Elena Poniatowska mujer dulce y combativa

Agustín Monsreal, en la entrega del Premio se refirió a Elena Poniatowska como la escritora que “seduce, atrae, envuelve, atrapa mediante el hechizo de sus palabras, a veces atronadoras y resueltas, a veces traviesas y livianas, esas palabras manantial y árbol de numerosos frutos que pueblan torrencialmente las páginas de sus libros pletóricos de verdades y realidades y, expresadas por ella, se vuelven lluvia o fuego o río desbordado a la menor provocación”

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