Yo, Papión Sagrado.
Autor: Carlos Rubio Cuevas.
Mérida, Yucatán- 1965.
A mi izquierda se encuentran mis parientes los monos araña. Uno es
gordo y chaparro, el otro alto y flaco y hay otro que es un tipo común y
vulgar, tan vulgar que se cree la gran cosa. Como buenos monos son unos buenos
imitadores.
Por el frente y a la derecha de mi jaula tengo sendos y amplios
ventanales que me permiten observar libremente y a gusto a esos curiosos seres
autodenominados “humanos” y que solo se diferencian de mi por su falta de pelo
y por esa fea costumbre que tiene de estar emitiendo ruidos con su boca, ruidos
que dicen que son palabras.
A mi parecer esos humanos están todos bien locos, por ahí escuché
que perdieron su pelambre por estarse cubriendo el cuerpo, para ello siempre
traen puesta alguna cosa, a veces tan ridícula como la de aquel cuate que traía
cubiertas las piernas con una cosa toda deshilada, como queriendo exhibir parte
de su desnuda piel, otros se han visto en la necesidad de cubrir hasta su
cabeza porque ya ni allí tienen pelo, se ven tan curiosos como huevos con cara.
Hay algunos que tienen algo más de pelo y traen la cara cubierta con hermosas
pelambres, me recuerdan tanto a mis tíos y abuelos, y ya quisieran tener el
pelo dorado y brillante como el mío, más hermoso aún que el de mi papiona.
Y hablando de hembras, las humanas se pasan de la raya, no dejan de
mover su hocico al mismo tiempo que agitan las manos y algunas hasta haciendo
curiosas contorsiones, y habrían de ver lo que se ponen encima, algunas se
cubren las piernas y el sexo con cosas tan ceñidas que no se necesita mucha
imaginación para saber que tapan y que forma tiene. Las hay que exhiben su
abundancia de carnes como anuncio de granja de engorda, para ello dejan
descubiertas sus rollizas piernas y sus voluminosos vientres, tan voluminosos
que para mantener el equilibrio tienen que echar para atrás la cabeza. La
mayoría de ellas van con una bola de crías y rara vez las veo con su pareja,
deberían aprender de mi papiona, siempre conmigo mimándome y mientras disfruto
de mi siesta espulga mi cabellera para eliminar cualquier insecto y, para
asegurarse de que no volverán a molestar, se los come.
Quejas, tengo varias y la principal es la falta de un lugar privado
para mis necesidades fisiológicas y para hacerle el amor a mi papiona. ¿Acaso
creen que es cómodo que te estén mirando en esos momentos de entrega pasional?
Otra queja es la falta de espacio para corretear a papiona, así como estamos
siempre la tengo al alcance de mi mano, se pierde la emoción de la persecución,
del forcejeo, del rechazo simulado, eso me está haciendo aburrirme de ella,
siempre tan fácil de alcanzar.
El otro día me vinieron a visitar muchos humanos. ¡Que ridículos! Parados
frente a mi ventana se dedicaron a hacernos muecas poniendo unas caras de
idiotas tanto que causaban la risa de los demás, algunos señalaban nuestros
traseros y se echaban de carcajadas como necios, que ignorantes, no saben
reconocer los síntomas de una buena salud: piel suave y rosada, otros nos
aventaban cacahuates y se reían cuando los pelábamos antes de comerlos. ¡Pues
que se creen! ¿Acaso ellos se comen la cáscara? Uno de ellos le aventó a
papiona un plátano y como ella le aventó de vuelta la cáscara se asustó y se
puso a gritar y a insultarla. ¡Que educación!
No cabe duda de que su ignorancia les impide ver la realidad. Ojalá
que los humanos se vuelvan un poco más cultos y tolerantes.
Y así mientras los humanos más grandes perdían el tiempo en
idioteces, los pequeños aprovechaban divertirse en grande en una serie de
implementos diseñados para que desarrollaran sus habilidades simiescas
columpiándose y meciéndose, eso sí es
vida.
Bueno ya es hora de otra siesta, hasta la próxima.
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