martes, 3 de noviembre de 2015

OPINION- Fraternidad de los pueblos

La diplomacia de la Santa Sede: al servicio de la paz.



Durante el reciente encuentro en La Habana entre el Papa Francisco y el presidente de Cuba, Raúl Castro, éste agradeció al Santo Padre la mediación diplomática de El Vaticano, que dio como resultado la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Este artículo acerca al lector a la realidad de la diplomacia vaticana.

El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de El Vaticano, dictó una “Lectio Magistralis” en la Universidad Gregoriana de Roma durante el “Dies Academinus”, jornada anual de estudios dedicada a un tema que las diversas secciones del Ateneo analizan desde varios puntos de vista (teológico, filosófico, histórico, bienes culturales, derecho canónico, ciencias sociales, misiología, psicología, espiritualidad, etc.) El tema de este año es “La paz: don de Dios, responsabilidad humana, compromiso cristiano”. El título de la “Lectio Magistralis” (Conferencia Magistral) del cardenal Secretario de Estado ha sido “La actividad diplomática de la Santa Sede al servicio de la paz».

El cardenal Pietro Parolin explica las líneas principales de la diplomacia vaticana en la Universidad Gregoriana:
La acción diplomática de la Santa Sede no se contenta con observar los acontecimientos o evaluar su repercusión, ni puede ser solamente una voz crítica. Está llamada a actuar para facilitar la coexistencia y la convivencia entre las diversas naciones para promover la fraternidad entre los pueblos, allí donde el término fraternidad es sinónimo de colaboración fáctica, de cooperación verdadera, concorde y ordenada de una solidaridad estructurada en ventaja del bien común y del bien individual. Y el bien común, como sabemos, con la paz tiene más de un lazo.

La Santa Sede, en substancia, actúa en el escenario internacional, no para garantizar una seguridad genérica, que se ha hecho muy difícil en este período de inestabilidad perdurable, sino para sostener una idea de paz, fruto de relaciones justas, de respeto a las normas internacionales, de tutela a los derechos humanos fundamentales, empezando por los de los más vulnerables.

La diplomacia de la Santa Sede, tiene una clara función eclesial: sí es, ciertamente, el instrumento de comunión que une al Romano Pontífice con los Obispos que encabezan las iglesias locales o que permite garantizar la vida de las iglesias locales con respecto a las autoridades civiles, me atrevería a decir que es también el vehículo del sucesor de Pedro para llegar a las periferias, sea la de las realidades eclesiales o las de la familia humana. 

En el ámbito de la sociedad civil, la ausencia de la Santa Sede en los diversos contextos intergubernamentales ¿de cuántas orientaciones éticas priva a la cooperación, al desarme, a la lucha contra la pobreza, a la erradicación del hambre, a la cura de las enfermedades, a la alfabetización?

Además, a la diplomacia pontificia compete la tarea de trabajar en pro de la paz siguiendo los modos y las reglas que son propios de los sujetos de derecho internacional. Esto es, elaborando respuestas concretas en términos jurídicos para prevenir, resolver o regular conflictos y evitar su posible degeneración en la irracionalidad de la fuerza de las armas. 

Pero, observando el perfil sustancial, se trata de una acción que muestra cómo el fin perseguido es primaria-mente religioso, es decir, forma parte del ser verdaderos “artífices de paz” y no “artífices de guerras o, por lo menos, artífices de malentendidos”, como recuerda el Papa Francisco. (El Puente y agencias)

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