miércoles, 8 de julio de 2015

Carta a los contribuyentes, 
de un científico asfixiado por la burocracia.


Sebastián Chávez de Diego 
Científico genetista
Profesor de la Universidad de Sevilla.

Usted, señor contribuyente, paga mi sueldo de catedrático en una universidad pública y los proyectos de investigación científica que dirijo. Tiene, por lo tanto, todo el derecho a saber en qué empleo mi horario de trabajo. 
Hace unos días decidí cuantificar el tiempo dedicado a mis actividades profesionales. Invertí un 30% de mi horario semanal en docencia: clases presenciales, elaboración de un examen, corrección de ejercicios y tutorías. Sólo pude dedicar otro 30% a tareas científicas: un manuscrito científico para una revista, reunirme con mis colaboradores para discutir la marcha de sus experimentos y corregir parcialmente el borrador de una tesis doctoral. Apenas dediqué tiempo a leer publicaciones de mi campo de investigación, esencial para la competencia de un investigador en activo, ni escribí varios artículos científicos pendientes de publicar. 
La causa: dediqué 4 de cada 10 horas a realizar trámites burocráticos. Algunos de estos procedimientos son razonables. Por ejemplo: tuve que redactar la memoria final de un proyecto de investigación financiado por el Gobierno central. El Ejecutivo hace bien pidiendo un balance del rendimiento obtenido por mi laboratorio de los fondos públicos que hemos disfrutado durante tres años. Es dinero que proviene de sus impuestos y usted merece que se justifique claramente qué se ha hecho con él. 
Lo que ya no parece tan razonable es tener que dedicar otra parte sustancial de mi tiempo a reescribir, por enésima vez, mi curriculum profesional para adjuntarlo a una nueva solicitud. Rizando el rizo, esa semana tuve que hacer tan tediosa tarea en dos ocasiones, con formatos diferentes, para optar a sendas convocatorias... ¡de la misma institución! 
Tampoco parece razonable que hubiese de redactar un proyecto de tesis doctoral para una doctoranda a la que acaban de otorgar una beca. La beca es consecuencia de un proyecto de investigación para el que obtuve financiación hace unos meses y se especifica lo que tiene que hacer el becario. Pero a quien lo supervisa no le pareció suficiente, y tuvimos que reescribir el proyecto en un nuevo formulario. 
Por último tuve que realizar un informe detallado sobre mi asistencia a un simposio internacional para poder cobrar los gastos de inscripción que adelanté de mi bolsillo. Es la segunda vez que lo hago: me devolvieron todos los papeles por varias cuestiones formales, incluyendo la necesidad de que firmara el mismo documento, en la misma página, en dos lugares diferentes: en uno como asistente al congreso y en otro como responsable del gasto. ¿Es imaginable que como responsable del proyecto desautorizara la asistencia de mí mismo a dicho simposio?  
¿Cree usted que hago buen uso de mi tiempo? ¿Quiere usted que los responsables de los proyectos científicos, sufragados con su dinero, nos dediquemos en mayor medida a realizar trámites que a diseñar experimentos que generen  conocimiento y beneficio social? 
Se preguntará cómo hemos llegado a semejante dislate. La Administración pública fundamenta en el papeleo y en la burocracia la pretendida garantía de rigor a la hora de manejar los fondos públicos. 
Recientemente me solicitaron el certificado de asistencia de un antiguo doctorando mío a un congreso científico celebrado en Bilbao en 2007. Afortunadamente él es un tipo ordenado y me envió el papel. En caso contrario, mi universidad habría tenido que devolver unos cientos de euros al Ministerio. ¿Ha sido la ciencia acaso el ámbito donde han proliferado el chanchullo y el mangoneo? Da igual.
Esta fiebre fiscalizadora conlleva una reacción en las administraciones fiscalizadas, cada vez con más controles a priori para autorizar los gastos. Más papeles, más burócratas que escrutan los documentos y mueven toneladas de papel, ahora convertidas en “terabytes” digitales. 
Yo mismo he decidido, de los menguantes fondos de mi laboratorio, contratar a una persona para gestionar el papeleo de mi laboratorio. La tendencia imperante se resume así: “contra la corrupción, burocracia”. ¿Y alguien cree de verdad que el papeleo evita la malversación? Mi doctorando podría haber pillado el certificado en el congreso y haberse ido, acto seguido, a tomar potes al casco viejo bilbaíno. Pero si se hubiese comportado así, no habría producido resultados relevantes que publicar en buenas revistas, no habría podido conseguir una beca posdoctoral de la Liga Francesa contra el Cáncer y no trabajaría hoy en un centro internacional de primer nivel donde acaba de recibir un premio por descubrir un interesante mecanismo de interés oncológico. ¡Por nada de esto preguntó el auditor! Pero esa es la auditoría que realmente cuenta, querido contribuyente.
Los científicos estamos acostumbrados a que fiscalicen nuestros resultados. En caso de no producir buena ciencia, se acaba la financiación.  
En ciencia no es tan fácil conseguir fondos. No se obtienen por proximidad al poder. ¿Cree usted, querido contribuyente, que ahogarnos entre papeles garantiza la rentabilidad de sus impuestos? ¿No sería más provechoso desmontar esa costosa e inútil burocracia para dedicar esos fondos a incrementar los menguantes presupuestos de investigación? Pídaselo a su representante político en las próximas elecciones, por favor.

N. de la Redacción- “En todas partes se “cuecen habas”. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario