OPINION- Aplicar la triple hélice
CUANDO LAS PIEDRAS PRODUCEN
ALIMENTOS Y BIENES AGRICOLAS
Ejemplo mundial, el modelo agrícola maya del norte de Yucatán.
Impulsar la producción agrícola sobre lajas
y piedras parecería una locura de aceptar.
Sin embargo, las evidencias demuestran que “sí se puede”.
Alfonso Larqué Saavedra,
Profesor investigador titular.
Director del SIIDETEY.
Investigador Nacional Emérito (SNI).
En la década de los setentas del siglo XX, se empezó a escuchar con mayor frecuencia el término “sistemas agrícolas”, referido fundamentalmente a la cultura de producción agrícola de diferentes etnias del país. El término penetró cada vez más en la mente de los académicos, quienes resaltaban la importancia de preservarlos, entre otras cosas, por su importancia para la seguridad alimentaria. Medio siglo después se ha hecho evidente, por la descripción de los mismos, que algunos podrían ser utilizados y promovidos con mayores apoyos ante la amenaza del cambio climático.
Es relevante también anotar -ante las evidencias del déficit en la producción de alimentos en nuestro país- que se deben revisar de nuevo estos sistemas agrícolas. Se corre el peligro que algunos de ellos hayan desaparecido o estén por desaparecer porque los actores, o sea los campesinos, quienes practicaban y tenían el conocimiento ancestral, han emigrado a otra actividad o simplemente no ha habido interés de las nuevas generaciones de la población rural en aprenderlos y preservarlos, ante el permanente y reiterado desprecio oficial o social para valorar esta actividad agrícola en su exacta dimensión.
En el norte de la Península de Yucatán resalta un ejemplo de estos sistemas agrícolas, como un caso de profundo conocimiento de las numerosas variables que se deben integrar. Esta región carece de suelo fértil, solo hay lajas y piedras, que los lugareños llaman “Chaltunes”. A esto hay que agregar las altas temperaturas que rebasan casi todo el año los 30 grados centígrados y la biodiversidad de reptiles, descrita para la región como de las más elevadas del país, y la vegetación primaria, prácticamente inexistente, ya que durante la época de fiebre del henequén -que tanta riqueza dio el estado- se desmontaron las áreas y se establecieron las grandes plantaciones y haciendas, descritas como valores que embellecen esta región.
Por eso la presencia de tractores para arar la tierra y maquinaria agrícola de última generación, son prácticamente inexistentes y por supuesto no los conoce el campesino. Y es en este escenario en donde actualmente se trabaja lo que se describe genéricamente como “sistema milpa” o se siembra henequén o, lo que está de moda, el chile habanero o se producen las hortalizas con una singular técnica -por demás artística y compleja- conocida como “kanché”, la cual se establece en el huerto maya, la unidad de producción intensiva.
Resulta contradictorio imaginar que solo con agua, tierra, tractor y subsidio, por supuesto, -como se acostumbra en muchas regiones del país- se puede generar riqueza agrícola, si se analiza y compara con lo que sucede en el norte de Yucatán.
La milpa en esta región se practica como si fuera el jardín de los palacios en los países europeos, que requirieron de una gran demanda de mano de obra, porque, podría decirse, su manejo es planta por planta. La producción de hortalizas con la técnica “kanché”, está llena de un gran conocimiento del manejo del poco suelo disponible y formación de composta. Este caso nos da una clara idea del valor que le da el campesino maya al recurso suelo, no completamente descrito por los intelectuales oficiales.
El chile habanero con sabores y aromas únicos que lo vuelven distintivo a nivel mundial y que recientemente recibiera la denominación de origen del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), surge en gran medida como resultado de los numerosos ensayos de prueba y error del campesino maya de esta región, bajo condiciones agrícolas extremas.
Cabe señalar que este cultivo puede enmarcarse bajo el modelo de la llamada “triple hélice”. Esto es, cuando los sectores productivo, académico y gubernamental suman sus intereses y capacidades para favorecer el desarrollo social. Lo que en realidad ha ocurrido, es que alrededor de esta especie vegetal se ha integrado y consolidado un grupo de científicos de la región, conformando así al grupo más importante a nivel mundial conocedor de este cultivo y ha logrado establecer, en poco tiempo, variedades reconocidas por el Sistema Nacional de Inspección y Certificación de Semillas (SNICS) de la SAGARPA. Se ha anunciado que la unidad productora de semillas de este chile se establecerá en breve en el Parque Científico y Tecnológico de Yucatán, como ejemplo de sinergia de los ejes de la citada “triple hélice”.
Considero que éste es un buen ejemplo de la agricultura moderna en México, el cual integra la cultura del productor, el interés del empresario, el espíritu innovador de la ciencia y de la tecnología, y captura la voluntad política para llevar a buen puerto una especie de la gran biodiversidad que posee México.
En México hay una cultura agrícola muy vasta, con la que podríamos empezar a resolver el problema del hambre y de la pobreza extrema, si diéramos un espacio analítico a lo que tenemos, y favorecer y apoyar a los sistemas agrícolas que dieron origen a nuestra identidad nacional, como uno de los países en los que se inventó la agricultura.
El ejemplo de lo que se puede hacer con piedras y lajas recuerda el reto que planteara Ben Gurion -el extraordinario y mítico personaje que fuera Primer Ministro de Israel- frente al desierto del Néguev cuando señaló “La capacidad de la investigación de la ciencia en Israel, será probada en el Néguev”… Ahí fundó la Universidad que tomaría años después su nombre y el Instituto Jacob Blaustein para la investigación del desierto.
Los esfuerzos y los avances para hacer productivo al desierto es ejemplo mundial, como también considero que lo es el modelo maya descrito del norte de Yucatán.
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