sábado, 20 de septiembre de 2014

¿Cómo se hundió el Imperio Romano?

La decadencia moral, llevó a la destrucción de uno de los mayores imperios de la historia



El Imperio Romano de Occidente pereció en virtud de una inmensa “agitación social”, pero no agitación social física, sino moral.
Toda la sociedad romana, en Italia como en las Galias o en Iberia, estaba radical y absolutamente corrompida, por esto y sólo por esto consiguieron los bárbaros dominar a los romanos. Esta “agitación social” llevó a la sociedad y al Estado romano a la ruina, ya que en el Imperio ni siquiera existía una lucha de clases.

Es un error suponer que en los días que corren, hoy, los problemas sociales consisten únicamente en la lucha entre las clases pobres y las ricas. No. Sufrimos de un fenómeno social de descomposición de los caracteres y de las instituciones, absolutamente tan vasto, tan profundo, tan violento, como en el Imperio Romano en sus últimos días. Esta situación, apenas se agrava, con que nosotros tengamos, además, las agitaciones sociales que el Imperio no tenía.

¿Tenemos también a los bárbaros? Sí, dentro de nuestras fronteras. En nuestros días no existe, como en tiempo de los romanos, una división entre el mundo bárbaro y el mundo civilizado. En el mapa contemporáneo, no hay delimitadas con nitidez las dos zonas anteriores a la invasión bárbara sobre los romanos: por un lado el territorio imperial, donde la civilización decadente arrastraba una existencia crepuscular y, por otro lado, el mundo bárbaro que planeaba la invasión, el saqueo y la universal destrucción.
Hoy, los bárbaros viven dentro de nuestra civilización y, todavía más, son engendrados en sus propias entrañas. Y si no todos son bárbaros, se podría decir todos tienen un “algo” de barbarie.

Todos los días se quiebra un poco más de lo que nos resta de nuestra civilización cristiana. Aquí es un principio que se niega, allí es una tradición que se restringe, allá una sana costumbre que se revoca. Hoy somos menos cristianos que ayer, mañana seremos menos cristianos que hoy.

Si todo cuanto se corroe, se araña, se quiebra, del viejo edificio de la civilización cristiana, dejase vestigios materiales, y si estos restos pudiesen ser recogidos y reunidos en un solo lugar, podríamos medir mejor con los ojos del cuerpo, lo que no todo el mundo ve con los ojos del espíritu. Notaríamos entonces con horror, a qué proporción fantástica llega ese fenómeno de destrucción.

Considerando estas cosas, nos vienen a la mente esas imágenes de la Puerta del Sol de Madrid (España), con sus “indignados”. Las calles de Londres con sus agitaciones violentas, las de Santiago de Chile con todos esos estudiantes manipulados por la izquierda e infiltrados por elementos anarquistas, y también las calles y avenidas de la Ciudad de México y de algunos estados como Michoacán, Oaxaca y Guerrero, constituyen en la actualidad los más visibles propulsores de este proceso de demolición.

¿Causas sólo económicas? Ciertamente están presentes, pero no a título capital. Todas esas rebeliones no son sino un aspecto de la enorme crisis contemporánea que, en último análisis, no es sino una crisis religiosa.
¿Cómo calificar entonces la ingenuidad de aquellos que piensan que resuelta la cuestión económica, estará resuelto el problema? (El Puente y agencias)

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