miércoles, 16 de abril de 2014


AGRICULTURA QUE DA FRUTOS, 
A PESAR DE LA FALTA DE INCENTIVOS



Bernardo Caamal Itzá


Báaxten bey kuxtala’. 
Báaxten kpalale’ minan u pajtalil u jóok’ól taanil y tóone’ tso’ok u p’a’atal bey 
u ní’ichei le kuxtala’

¿Porque vivimos así? Nuestros hijos casi sin oportunidades de progresar y nosotros estamos en las peores condiciones de marginación y exclusión en nuestra vida”- reflexio-naron recientemente los participantes en los foros de las ferias de las semillas criollas, en todo territorio peninsular.
- Queremos que el gobierno apoye realmente la actividad que hacemos en nuestras milpas.
- No entiendo por qué los que “no trabajan” son los que reciben los subsidios, mientras que a nosotros casi jamás nos toman en cuenta.
Amado Herrera, campesino y médico tradicional de Peto, en una entrevista radiofónica aseguró que ser campesino milpero significa realizar las actividades en tiempo y forma para que se logren las cosechas. “El problema inicia porque muchos de nosotros al hacer la milpa, casi lo hace-mos a escondidas, prácticamente por ser campesino pareciera que estamos contra las leyes y, después de todo, de nuestro trabajo se generan nuestros alimentos”.
También dijo: “el gobierno nos prohíbe quemar nuestras milpas en abril, mientras que para nosotros es el mes idóneo para esta actividad. Los vientos son propicios y hay baja humedad, aunque también por ratos hay rachas de viento que pueden propiciar que el fuego salga de control, pero yo tengo experiencias de quemar mi milpa a partir de las 10 de la noche y no he tenido problema alguno”.
Indicó que uno de los problemas que afecta al productor y contribuye a las malas cosechas, son los resultados de las leyes que se elaboran en el escritorio sin estar acordes con la realidad del campo. “Hemos visto, desde muchos años atrás, que no quemar a tiempo termina por afectar las fechas de siembra y finalmente se afecta a la producción”.
- Como campesinos sabemos que si no sembramos a tiempo, uno termina enfrentando mil problemas relacionados con las sequías, los gusanos o que los pájaros terminen por sacar las semillas recién sembradas. Esto prácticamente sucede en julio.
- En realidad no podemos espe-ranzarnos de comprar siempre lo que vamos a consumir. Hay que tener claro, el que siembra su maíz asegura las oportunidades de contar con alimentos y decidir por su vida, agregó el campesino maya Amado Herrera.

E
stas sencillas reflexiones hacen los productores en torno al trabajo y la forma en que se auto emplean para seguir viviendo en sus comunidades de origen. Nos da idea, solo una pequeña idea, de lo que enfrentan las familias mayas. Y un elevadísimo número de experiencias giran en torno a la emigración que enfrentan los hijos de familias en las comunidades mayas del territorio peninsular.
Peto es uno de los municipios de más alta inmigración. Se va en busca de trabajo. Primero, a la Riviera Maya. Después, a los Estados Unidos. Pero, ahora con tantas restricciones muchos  terminan por refugiarse en otro tipo de actividades, tricitaxista, albañilería y algo de milpa.
Hoy por ejemplo, en las cercanías del mercado de Akil, uno de los que trabajan con la tricimoto, le decía a uno de sus compañeros “máaare compa, tengo más de una hora y no he juntado casi nada, veo baja la actividad y… qué les llevo a mis hijos…”.
En Akil, al igual que en otros municipios como Oxkutzcab, Dzán, Maní y Ticul, gran parte de sus productores trabajan sus parcelas. Quienes los visitan, tienen la oportunidad de observar cómo para cultivar y hacer producir la tierra, hacen uso de co-nocimientos ancestrales.
En los huertos sureños, se produce gran cantidad de especies desde frutales hasta especies maderables, y cada producto responde a los objetivos de quienes lo cultivan.
“Con la venta de los productos que obtuve de esta parcela, pude pagar los estudios de mis hijos”, me confió uno de los citricultores de Akil. Este tipo de experiencias es parecido a las de los apicultores. Sin embargo, quienes han recibido este tipo de financiamiento raramente regresan a liderar el trabajo de sus padres. 
Pero, a pesar de la falta de brazos y de financiamiento real para seguir trabajando la milpa o los huertos, estos aún siguen generando algunos ingresos a quienes los trabajan, sobre todo en estos tiempos en que esca-sean los empleos.
“Imagínense que los hijos de los productores regresasen con la formación académica adquirida. Podrían detonar las capacidades locales”, me dijo en una ocasión Tomás Vera, uno de los expertos en Desarrollo Rural.
En realidad no solo regresarían los ingenieros agrónomos, sino ha-bría médicos especialistas, licenciados en derecho, mercadotecnia, finanzas, etc., y ya no habría la necesidad de ir a los centros hospitalarios donde no tienen tiempo de atender a sus pacientes y sus enfermedades terminan por empeorar por falta de atención médica, aunque el discurso oficial insista una y mil veces “hay Seguro Popular y proyectos acordes a las necesidades de las comunidades indígenas”. (¿?)
Cuántas cosas no cambiarían si existiese la voluntad política de quienes gobiernan un territorio, sobre todo en la atención real de los problemas del campo y de su gente. Ahora, ante la falta de estos y de una miope visión que no contempla la vigencia de los conocimientos ancestrales, la calidad de vida cada vez es más precaria, cada vez se vuelve más difícil.
Desde hace muchos años y hasta la fecha, los hijos de los campesinos mayas, son formados por un sistema educativo para “despreciar lo suyo” en vez de usar los conocimientos locales.
Basta con mirar la rica diversidad en los huertos de Akil, Oxkutzcab y de otros municipio sureños para darse cuenta que los actuales herederos de la gran cultura maya, al trabajar de ésta forma, muestran que sus proyectos no los depositan en un sólo cajón, lo cual asegura su futuro para seguir luchando por sus familias.
Aun hay muchas familias mayas que todavía continúan reproduciendo sus saberes y con estos blindan sus proyectos para salir avante.
En general, a pesar de los resultados poco halagadores en cuanto “al regreso de los hijos” al sistema donde trabajan, hay familias que tratan de enseñarles a trabajar y a conocer la vida “desde lo maya”, con la finalidad de que no decaigan sus ánimos en el momento de afrontar los obstáculos propios del sistema.
Cuantos no han aprovechado “hablar de lo maya”, sin preocuparse por trabajar en forma integral para que esta cultura continúe re-plicándose y asegurar el futuro de los recursos, tangibles e intangibles, que hay en el Mayab.
Seguramente en días muy especiales todos hablan de los mayas, magnifican y ensalzan los conocimientos ancestrales, pero “sin mirar en qué condiciones viven actualmente los legítimos herederos de esta gran cultura y que hoy demandan una atención integral. No es justo, no se vale que sólo sean objetos de miradas filantrópicas o pretexto para que otros se alcen el cuello.

Se necesita que del discurso, se pase al terreno de los hechos...



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