lunes, 7 de abril de 2014



Crisis económico-financiera, 
pero también ecológica, educativa, moral 

El papa al mundo universitario: 
no tengan miedo de confrontarse, no se resignen. 
La universidad aporta cultura de cercanía constructiva.


Unos pocos minutos después de las 16 horas, de una tarde de otoño, el santo padre llegó a la Pontificia Facultad Teológica Regional en Cerdeña. Fue recibido por la comunidad jesuita en el aula Magna, con la presencia de docentes y estudiantes de esa universidad, pero también de otras estatales de Cerdeña. Tras los saludos, el papa dirigió el siguiente discurso:


Queridos amigos, a todos les doy mi cordial saludo. Agradezco al padre Director y a los rectores magníficos por sus palabras de acogida y les deseo todo tipo de bien por el trabajo de las tres instituciones. Les agradezco el trabajo de las Pontificia Facultad Teológica que nos hospeda, en particular a los padres jesuitas que realizan con generosidad su precioso servicio y a todo el cuerpo académico. La preparación de los candidatos al sacerdocio es siempre un objetivo primario, pero también la formación de los laicos es muy importante.
No quiero hacer una lección académica, prefiero ofrecer algunas reflexiones hechas en alta voz que parten de mi experiencia de hombre y de Pastor de la Iglesia.
Y por esto me dejo guiar por un párrafo del evangelio, haciendo una lectura “existencial”, la de los discípulos de Emaús: dos discípulos de Jesús, quienes después de su muerte retornan a su pueblo. 
He elegido tres palabras clave: desilusión, resignación, esperanza.

Crisis económico-financiera
Estos discípulos llevan en su corazón sufrimiento y desorientación por la muerte de Jesús, están desilusionados. Un sentimiento análogo lo encontramos también en nuestra situación actual: la desilusión, por una crisis económico-financiera, pero también ecológica, educativa, moral. Crisis que se refiere al presente y al futuro histórico existencial del hombre en esta nuestra civilización occidental, que termina por afectar al mundo entero.
Claramente cada época de la historia contiene en sí elementos críticos, pero al menos en los cuatro últimos siglos no se ha visto nunca así -el tambalear las certezas fundamentales que constituyen la vida de los seres humanos- como en nuestra época.
Pienso en la deterioración del ambiente, los desequilibrios sociales, la terrible potencia de las armas, el sistema económico-financiero, el desarrollo y el peso de los medios de información, de comunicación y de transporte. Es un cambio que afecta al modo mismo en el que la humanidad lleva su existencia en este mundo.
Ante esta realidad, ¿cuáles son las reacciones? Volvamos a los discípulos de Emaús: desilusionados por la muerte de Jesús, se muestran resignados y buscan huir de la realidad. Dejan Jerusalén. Actitudes que podemos leer también en este momento histórico. Delante de la crisis nos podemos re-signar, ser pesimistas hacia cualquier posibilidad eficaz de intervención. En un cierto sentido es un “salirse afuera” de la misma dinámica del actual momento histórico, denuncian-do los aspectos más negativos con una mentalidad similar a la de aquel movimiento espiritual y teológico del II siglo después de Cristo, llamado “apocalíptico”.
Esta concepción pesimista de la liber-tad humana y de los procesos históricos, lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar “islas” o momentos de tregua. Es algo similar a la actitud de Pilatos, “lavarse las manos”. Una actitud que parece “pragmática”, pero que de hecho ignora el grito de justicia, de responsabilidad social y lleva al indivi-dualismo, a la hipocresía o, peor, a una especie de cinismo.

En este punto nos preguntamos: ¿Tiene una vía de salida esta situa-ción? ¿Debemos resignarnos? ¿Te-nemos que dejar oscurecer la espe-ranza? ¿Tenemos que huir de la rea-lidad? ¿Tenemos que “lavarnos las manos” y cerrarnos en nosotros mismos? Pienso que ninguna es una vía que debamos recorrer, pero que justamente el momento histórico que vivimos nos empuja a buscar y encontrar las vías de esperanza que abran nuevos horizontes a nuestra sociedad. 
Aquí está el precioso rol de la universidad, lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación de la “sapienza” en el sentido más profundo del término, de educación integral de la persona. En esta dirección quiero ofrecer algunos breves puntos sobre los cuales reflexionar.

La universidad como lugar de discernimiento
Es importante leer la realidad, mirándola en la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solamente la ilusión y la desilusión. 
Leer la realidad, pero también vivirla sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos
La fuerza de la esperanza
Cada crisis, incluso esta actual, es un pasaje, el dolor de un parto que comporta fatiga, sufrimiento, pero que trae consigo el horizonte de la vida, de una renovación, trae la fuerza de la esperanza. La crisis puede volverse un momento de purificación y de reconsideración de nuestros modelos económicos sociales y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones para recuperar lo humano en todas sus dimensiones.
El discernimiento no es ciego ni se improvisa: se realiza sobre criterios éticos y espirituales, implica inte-rrogarse sobre lo que es bueno, sobre los propios valores de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, especialmente aquella espiritual, trascendente. No se puede considerar nunca a la persona como “material humano”.
La universidad como lugar de “sapienza” tiene una función importante, formar el discernimiento para alimentar la esperanza. Cuando el viandante desconocido, Jesús Resucitado, se acerca a los dos discípulos de Emaús, tristes y desconsolados, no intenta esconder la realidad de la crucifixión, la aparente derrota provocadora de su crisis, los invita a leer la realidad para guiarlos a la luz de su Resurrección: “Oh insensatos y tardos de corazón. ¿No era  necesario que el Cristo padeciera todo esto para entrar así en su gloria?”. Tener discernimiento significa no huir sino leer, seriamente y sin prejuicios, la realidad.

En la Universidad, cultura de proximidad y de cercanía
La universidad, lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad y de la cercanía. El aislamiento y el cierre en sí mismos o en los propios intereses no son nunca el camino para dar esperanza o para obrar una renovación, esta se da en la cercanía, es la cultura del encuentro.
La universidad es el lugar privilegiado en el que se pro-mueve, se enseña, se vive y se enseña la cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y plura-lismos -uno de los riesgos de la globa-lización- y tampoco los extrema haciéndolos volver motivo de choque, pero los abre a la confrontación constructiva.
Esto significa entender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, pero si como factor de crecimiento. Las dinámicas que rigen las relaciones entre personas, entre grupos o entre naciones, con frecuencia no son de cercanía, de encuentro, sino de choque.
Me reporto a la estrofa evangélica: “cuando Jesús se acerca a los discípulos de Emaús y comparte su camino, escucha su lectura de la realidad, su desilusión y dialoga con ellos”; justamente de esta manera reenciende en sus corazones la esperanza, abre nuevos horizontes que estaban ya presentes, pero que solamente el encuentro con el Resucitado permite reconocer. No tengan nunca miedo del encuentro, del diálogo, del confrontarse mismo entre universidades. En todos los niveles. Aquí estamos en la sede de la Facultad Teológica, permítanme decirles: no tengan miedo de abrirse también a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo o de profundizar la relación con El. La fe no reduce nunca el espacio de la razón, lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad, y lo defiende del peligro de reducir al hombre a “material humano”.

La universidad, lugar de formación en la solidaridad. 
La palabra solidaridad no pertenece solamente al vocabulario cristiano, es una palabra fundamental del vocabulario humano. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo orienta hacia la solidaridad como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades.
En el encuentro, el diálogo entre Jesús y los dos discípulos de Emaús, reenciende y renueva la esperanza, y renueva el camino de su vida, y los lleva a compartir: “lo reconocen al dividir el pan”. Es el signo de la eucaristía, de Dios que se hace así cercano en Cristo, de volverse presencia constante, al punto de compartir su propia vida. Y esto nos indica a todos, también a quien no cree, que es justamente en una solidaridad no dicha sino vivida que las relaciones pasan de considerar al otro como “material humano” o como “número” a consi-derarlo como persona.
No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad ni para nuestro mundo, si no sabemos ser todos más solidarios. Solidaridad, por lo tanto, como modo de hacer historia, como ámbito vital en el cual los conflictos, las tensiones, también los opuestos alcanzan una armonía que generan vida. 
Antes de concluir permítanme subrayar que, a nosotros cristianos, la fe misma nos da una esperanza sólida que nos empuja a discernir la realidad, a vivir la cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, volviéndose hombre en Jesús y se ha sumergido en nuestra debilidad haciéndose cercano a todos, mostrando solidaridad concreta, especialmente hacia los más pobres y necesitados, abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza.
Estimados amigos, gracias por este encuentro y por vuestra atención. La esperanza sea la luz que ilumina siempre vuestro estudio y vuestro empeño. Que Dios les bendiga. (El Puente y agencias)



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